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DE ESCLAVO DEL VICIO A UN INCANSABLE EVANGELISTA

En el mundo muchos deambulan por las calles bajo el yugo del vicio, y piensan que ya para ellos no hay solución, pero la siguiente historia nos muestra que Cristo puede dar un cambio radical en sus vidas

Porque para Dios no hay nada imposible


José Gamboa nació en Carúpano, Edo. Sucre. En su juventud sufrió maltratos por la dureza en la crianza por parte de sus hermanos. Él relataba que siendo aún un muchacho tuvo “amores” con una jovencita, sus hermanos cuando se enteraron lo obligaron a casarse sino lo iban “a matar a palos”, él acordó con la muchacha que como eran muy jóvenes no debían casarse así que en la jefatura cuando el jefe civil preguntara, a cada uno, él iba a decir que “sí”, porque sino sus hermanos le iban a dar “una demoledora paliza” pero ella iba a decir que “no”, y así se libraban de casarse. Pero cuando llegó el día, delante del jefe civil acompañado de sus intimidadores hermanos, él dijo que “sí” y cuando le preguntaron a ella, ésta para sorpresa de él respondió también afirmativamente fallando su plan. 

Así, aquel jovencito fue enviado a Caracas, para trabajar y así mantener a su esposa, quien se quedó en Oriente. Aquí en la gran ciudad José se entregó al juego y al vicio de la bebida. Eran un experto con las cartas, tenía muchos amigos pero para beber licor y andar en “parrandas” y los años fueron pasando… perdió su matrimonio (su esposa le había dejado y murió años después). 

El pecado había hecho estragos en su vida, llegó un momento  que era extraño no verle borracho, dando tumbos y sentado en las aceras. Pero ya cuando tenía 56 años, un cambio radical, que asombraría  a muchos, ocurrió en su vida.

En el año 1983 los hermanos de la Av. Ppal. del Cementerio, predicaron por varias semanas en la casa de una mujer piadosa llamada doña Rosa de Romero. Gamboa había asistido pero quedó conmovido cuando un creyente se le acercó y preguntó: “¿Si en este momento a usted le da un dolor de barriga y se muere, en donde se encontrará?” Esto lo movió a asistir a un local evangélico.

El primero de Enero de 1984, Gamboa llegó a la puerta del local evangélico de la Av. Principal del Cementerio, a pesar de que estaba bajo los efectos del alcohol, los porteros le manifestaron que lo dejaban entrar pero sin la botella de licor, él decidido en escuchar la predicación, lanzó la botella de licor lejos, botó la caja de cigarrillos, entró, escuchó la Palabra y se convirtió a Cristo. Don Hildebrando Gil estaba esa noche. Era un milagro que un hombre notablemente bajo los efectos del licor recibiera una salvación tan grande. Don Hildebrando después de escucharle confesar con sus labios la fe en Cristo le animó a cantar un himno, Gamboa lleno de gozo dijo que “sí” que “el cantaba galerones” (canciones típicas del folklore de oriente del país), en su inocencia como un creyente recién convertido desconocía lo que era un himno. Algunos pensaban ¿será que de verdad creyó? 

Después de su conversión, uno de los ancianos llamado don Eufimiano González le dijo: “Gamboa ¡Si Ud. creyó de verdad queremos verle aquí (congregándose)”, Gamboa le respondió que “hasta en la sopa lo iba a ver”. ¡Y así fue! Gamboa no sólo fue constante en su asistencia a los cultos, sino que don Eufimiano lo vio “hasta en la sopa” porque se le casó con la hija: Sira.  Gamboa hizo una gran amistad con su suegro y con la Sra. Pola (esposa de Eufimiano) a quien consideraba como una madre.

Es impresionante el cambio radical que ocurrió en su vida, no fue gradual, no fue poco a poco.  Desde aquella noche más nunca Gamboa fue esclavo de una botella de licor, ni del juego, ni de las fiestas y parrandas. Sus antiguos amigos lo observaban extrañados ¿Qué ocurrió con este? La respuesta que él daba es que había encontrado a Cristo.

En su asamblea de la Av. Ppal del Cementerio Gamboa sirvió al Señor con humildad y gozo como portero y diácono. También, se esforzaba sábado tras sábado en la evangelización en los barrios, pueblos y caseríos de la región capital del país (Dtto. Capital, estados Vargas y Miranda). Por más  de 14 años estuvo al frente de esta responsabilidad siguiendo el legado de Marcos Castro y Marcos Delgado. Su esposa Sira le acompañaba y respaldaba.

En los últimos años, por razones de salud y edad, se estableció con su esposa en la ciudad de Mérida. Allí partió a su Patria Celestial el pasado 12 de Enero a la edad de 83 años. Un gran ejemplo de humildad, perseverancia y amor por las almas nos ha dejado nuestro apreciado hermano. “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Apocalipsis 14:13).

Agradecemos en gran manera sus oraciones por su esposa Sira. También Gamboa siempre nos pedía orar por sus hijos e hijas no creyentes, que tuvo en su vida pasada  (a quienes siempre les visitaba y les llevaba el evangelio).
El cambio radical que ocurrió en la vida de José Gamboa nos muestra nuevamente que para Dios no hay nada imposible.

Carlos Sequera

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