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Algunas semanas atrás (en relación a la fecha que estamos escribiendo, 24 de agosto de 2012) la prensa mundial comentó ampliamente que hace 50 años murió la super-famosa Marilyn Monroe, entonces la niña mimada de Hollywood y  célebre por su belleza y por sus dotes como actriz.

Así pues, quien escribe no pudo menos que leer, en algunos medios, parte de lo mucho que en esos días se escribió sobre la famosa mujer y, entre ellos, una declaración que se le atribuye a la artista: “En Hollywood pueden pagarte mil dólares por un beso Y APENAS CINCUENTA CENTAVOS POR TU ALMA”. Ahora, el comentario adquiere una dimensión inmensa en labios de una persona que bebió las mieles de ese mundo y, también, sufrió las hieles del mismo, afirmando  que para ese mundo del espectáculo lo sensorial, erótico y corporal tiene un valor gigantesco, mientras que lo espiritual vale solo “CINCUENTA CENTAVOS”.

Lector, si esa era la apreciación de hace cincuenta años, ¿piensas que en nuestros días las cosas han mejorado? NO, todo va de mal en peor y  al cuerpo de hombres y mujeres se le asigna un valor erótico (ni siquiera estético) por millones de millones, reduciendo el mundo a íconos sexuales a sus más relumbrantes “estrellas”, haciendo de ellos cascarones vacíos y, a la vez, canales para corromper, especialmente, a la juventud. No es extraño, entonces, que la pobre Marilyn Monroe decidiera quitarse la vida, lo cual hizo ingiriendo una sobredosis de barbitúricos.

Como es evidente, el alma inmortal del ser humano nada vale para el mundo, pero, es inmenso su precio para Dios, declarándolo por boca del mismo Señor Jesucristo: “Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? (Marcos 8:36), infiriendo de tal declaración que todo el oro del mundo no se puede comparar al valor que Dios asigna  al alma  de una sola de sus mortales criaturas. Tanto valen las almas para Dios que, para salvarlas, el altísimo precio pagado fue la misma vida de su propio Hijo Jesucristo, levantado en una cruz de vergüenza y dolor bajo el juicio vil de los hombres y, a la vez, bajo la ira de un Dios santo que aborrece el pecado pero que ama al pecador y que, para salvar a los culpables  castigó al inocente.

Así, ya nuestros amigos habrán notado que, en asuntos terrenos y eternos, una es la apreciación de Dios y su Bendita Palabra y otra  la de este mundo y la del hombre alejado de los criterios divinos.  Entonces, es sabio de  parte de quienes leen este artículo ponerse del lado de Dios ya que, indiscutiblemente, es él quien tiene la balanza para pesar correctamente lo que atañe a la vida y a la eternidad. El ha declarado en su Palabra cuánto estima a sus criaturas (“Me regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias son con los hijos de los hombres”, Proverbios 8:31) también, como su gran amor por ellos le llevó a dar, como precio de rescate, al Hijo de su amor: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, QUE HA DADO A SU HIJO  UNIGÉNITO, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Finalmente  te preguntamos,  si es Dios quien ama al pecador y el mundo y Satanás aborrecen el alma (para que se pierda) y el cuerpo (para que se pervierta aquí y lleve el fuego que no se apaga allá), ¿no crees que ya es tiempo de decirle “NO” al mundo y “SI” a Cristo? Ya conoces para quien vales tanto como la sangre del Bendito Hijo de Dios y ya conoces para quien “vales” la mísera cifra de CINCUENTA CENTAVOS: “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).  

Gelson Villegas                                             

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