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UNA OBRA SILENCIOSA

por NEAL R. THOMSON

PREFACIO

El AUTOR del libro fue profundamente impresionado en su juventud por la lectura de una historia parecida a ésta. Recién convertido al Señor a los 14 años en la lejana Australia, recibió como premio de la Escuela Dominical, el libro en inglés, escrito por Don Guillermo Williams, acerca de sus experiencias en el evangelio en Venezuela.

Después de graduarse en la Universidad de Queensland como odontólogo, trabajó por tres años en el Hospital Dental y en una clínica, hasta que dedicó todo su tiempo al servicio de Cristo. Fue encomendado a la obra del Señor por varias asambleas de Brisbane, Australia, el 26 de agosto de 1.950, y por cinco años acompañó al Sr. Moss, veterano siervo del Señor, como Timoteo sirvió con el Apóstol Pablo.

Pero el libro de Don Guillermo no solamente despertó el interés del autor en el servicio de Cristo en su tierra natal, sino también en Venezuela; estimuló una correspondencia personal con el Sr. Williams, la cual confirmó este ejercicio. Las asambleas de Brisbane manifestaron su pleno acuerdo y en 1.956 le encomendaron al Señor para la obra en Venezuela. De esta manera llegó aquí un australiano como ayudador en el servicio del Señor con sus hermanos venezolanos.

CAPITULO 1

INTRODUCCION

Actualmente hay aproximadamente 80 iglesias (asambleas) que se congregan sencillamente en el Nombre del Señor Jesucristo en Venezuela. Son de hermanos que no aceptan nombre distintivo, para no negar la preeminencia que se atribuye a la única Cabeza de la Iglesia (Mateo 18:20, Apocalipsis 3:8). Ellas no tienen ninguna sede en el país o en el extranjero. No se someten a ningún artículo de fe o doctrina aparte de la Biblia. En relación al evangelio, son fundamentales. Apoyan la responsabilidad local de cada asamblea en su gobierno, finanzas y disciplina. Ninguna está bajo el dominio de otra. Procuran no cambiar la forma sencilla de las primeras iglesias del Nuevo Testamento, ni añadir a los principios practicados por ellas. Enseñan que la obediencia a la Palabra de Dios, y el orden en la Casa de Dios son de igual importancia al celo de esparcir el evangelio a toda criatura. Por consiguiente, son consideradas muy estrictas en sus prácticas. Sus actividades en Venezuela no son nuevas; empezaron antes del fin del siglo pasado. ¿De dónde han venido los obreros que las han establecido? ¿Cuándo empezaron las iglesias en el exterior de donde han venido? Para contestar estas preguntas, es necesario considerar el principio de todas las iglesias en la Biblia.

Pablo, el gran apóstol a las naciones, manifestó que lo que él escribía a los Corintios, también lo enseñaba en TODAS LAS IGLESIAS (1 Corintios 4:17, 7:17, 11:17 y 14:33). El indicó que sus propios escritos no eran ideas de él, sino mandamientos del Señor (1 Corintios 14:37), los cuales él dirigía no meramente aCorinto, sino a “todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro” (1 Corintios 1:2). Pablo enseñaba estas doctrinas desde Roma hasta Jerusalén, y por las iglesias de Italia, II ir ico. Grecia, Macedonia, Asia, Galacia, Chipre, Creta, Cilicia, Siria, Samaría y Judea.

Pero, todas las iglesias no siguieron con las mismas doctrinas y prácticas. Las cambiaron, quitando y añadiendo. En su última carta, Pablo advirtió: “Vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído. . .” (2 Timoteo 4:3).

Cuando el apóstol Juan envió los mensajes del Señor a siete distintas iglesias en Asia (Apocalipsis capítulos 2 y 3), es notable ver que ya la mayoría de ellas se había apartado en algo, y unas, gravemente. Ya todas las iglesias no guardaban la misma doctrina, aunque todavía no se habían organizado en sectas. Había entrado la doctrina de Balaam, la de los Nicolaítas, y la de Jezabel.

Durante los siglos siguientes, hubo más degeneración, pero siempre el Señor guardaba un remanente fiel como los de Filadelfia. Durante los siglos oscuros del dominio romano, y durante los siglos de la grande Reformación, siempre existían grupitos que no se unían a las grandes sectas, sino que se reunían en sencillez como los primeros discípulos.

Hace 150 años hubo un avivamiento de estas iglesias primitivas. Casi simultáneamente brotaron las iglesias sin clero, en Irlanda, Inglaterra y en otros países europeos. Su desarrollo causó que se conocieran unas a otras, y esto condujo a mayor comunión entre todas aquellas asambleas locales; permitió que sus predicadores y maestros enseñasen las mismas sanas doctrinas apostólicas en todas. Muchos de los maestros de los años 1.830 en adelante eran hombres que habían sido ministros de la Iglesia Anglicana y de otras de las sectas evangélicas de Gran Bretaña. Reconociendo la necesidad de la obediencia a las Sagradas Escrituras, ellos dejaron sus empleos como ministros en tales denominaciones, para tomar su lugar con los demás hermanos en forma neotestamentaria. Dejaron la distinción entre el clero y el lego. En vez de tener un ministro “ordenado” y asalariado, cada asamblea se dirigía por un grupo de ancianos quienes mantenían sus oficios diarios.

Resultó que durante el siglo pasado, se desarrolló la actividad de estas congregaciones que se reunían en el Nombre del Señor, hasta llegar a casi todos los países del mundo, al Canadá, Australia, Nueva Zelandia, Sur Africa, los EE.UU., Alemania, Francia, Italia, España, etcétera. Ellos no llevaban otro nombre sino el de hermanos. Unos de los hermanos activos eran de una asamblea en Plymouth (Inglaterra). Otros grupos evangélicos llamaban a todos, “Hermanos de Plymouth”; pero es un apodo injusto, porque Plymouth nunca era ninguna sede. Los cristianos de Galacia no se llamaban “Hermanos de Antioquía” a causa de que los predicadores fundadores venían de la iglesia de Antioquía. Todo nombre distintivo que se da, solamente sirve para formar sectas.

Mayormente de los países de habla inglesa, salieron siervos del Señor en la obra misionera a los países paganos del Africa y de Asia, y también a los países católico-romanos. Por supuesto, muchos otros misioneros evangélicos ya habían ido a estos países. Se reconoce a William Carey como el gran pionero del movimiento misionero moderno. Antes de 1.793, los evangélicos de Europa habían demostrado poco interés en llevar el evangelio a los demás países del mundo. Pero en 1.793, Carey fue a La India, y en 1.795 regresó para establecer la primera Sociedad Misionera, llamada “London Missionary Society.” Después de 1.800 se formaron muchas Misiones para fomentar la evangelización de todos los continentes. Algunas de las principales son interdenominacionales. Reciben como misioneros, a cristianos fundamentales de cualquier secta evangélica. Predican el evangelio, pero comúnmente les falta una doctrina definida en cuanto al orden de la Iglesia local.

Una gran parte de la evangelización de Venezuela se ha llevado a cabo por tales Misiones, mayormente procedentes de los Estados Unidos de Norteamérica. Damos reconocimiento a su obra.

La Sociedad Bíblica Americana fue la primera en vender la Biblia libremente en Venezuela. En 1.825, unos colportores visitaron el país, y en 1.854 lo visitó otro, llamado Ramón Salvatge. La venta de Biblias produjo fuerte reacción de parte de los sacerdotes, y ellos mandaron a recogerlas. Fueron quemadas públicamente. En 1.886, llegó de visita a Caracas uno de los más famosos colportores, quien andaba por toda América Latina. Francisco Penzotti vendió Biblias en Caracas, y recomendó a la Sociedad enviar un representante permanente. En 1.887, llegó a Caracas el Dr. Will Paterson para ocupar este cargo, pero murió dos años después. Fue reemplazado en 1.890 por el Sr. Joseph Norwood. En 1.911 la Sociedad Bíblica Británica abrió una oficina en Caracas, y en 1.942 las dos sociedades se unieron. Aun antes de 1.910, sus colportores habían vendido la Biblia hasta Cojedes y Trujillo, y echaron un fundamento para la predicación del evangelio más tarde.

Mr. Bailly fue el primero de los misioneros evangélicos de las Misiones Denominacionales e Interdenominacionales. Llegó a Caracas en los primeros meses de 1.897. Pertenecía a la Alianza Cristiana y Misionera, sociedad que no tuvo desarrollo en Venezuela. El estableció la Iglesia Sion en Caracas. Poco después de él, llegaron el Dr. Teodoro Pond y Sra., primeros misioneros de los Presbiterianos, el 8 de marzo de 1.897. El Sr. Pond estableció la Iglesia Presbiteriana El Redentor, el 14 de enero de 1.900, con 12 miembros comulgantes.

En 1.899, llegó Mr. David Finstrom de la Misión Evangélica del Sur. Estableció su centro en La Victoria y llegó a ser el pionero del Edo. Aragua. Posteriormente en 1.920, esta obra se incorporó a la Misión Iglesia Libre de América, la cual empezó sus actividades aquel año en Venezuela.

En el occidente, los primeros misioneros fueron el Sr. Tomás Bach y Sra., y el Sr. Juan Christiansen y Sra., de la Misión Alianza Escandinava, cuyo nombre fue cambiado después por el de la Misión Alianza Evangélica. No se debe confundir con la Alianza Cristiana y Misionera que tiene una obra en Colombia. Desde su principio en Maracaibo en 1.906, aquella misión ha extendido su obra a los Andes, a Colombia, y luego a toda Venezuela.

Mr. Van Eddings fue el primero en llevar el evangelio al Oriente. Habiendo llegado para trabajar con Mr. Bailly, él fue a establecerse en Margarita en 1.914. Pero en 1.920, estableció la Misión Río Orinoco, y extendió su obra por los Estados orientales, hasta llegar a Ciudad Bolívar en 1.936. Ya “Mid Mission”, un grupo de los Bautistas, había principiado su obra en El Callao en 1.924, y ellos empezaron también una obra entre los indígenas del Territorio Delta Amacuro.

Los Bautistas Sureños de los EE.UU. comenzaron sus actividades en Venezuela después de 1.942. El Sr. Domingo Bracho empezó una Iglesia Bautista aquel año en Lagunillas, pero la Primera Iglesia reconocida comenzó en Acarigua como resultado de actividades que empezaron en 1.944. Otra Misión Bautista del Norte empezó en Campano en 1.926, pero los misioneros tuvieron que salir y no volvieron hasta 1.947 cuando principiaron de nuevo en Barquisimeto. Posteriormente aquellas iglesias pasaron al cuidado de la Misión Sureña, y se han afiliado a la Convención Nacional Bautista, establecida en agosto de 1.951. Ya tiene más de 60 iglesias. Su desarrollo ha sido vertiginoso, y se debe mucho a su organización.

Además de estos grupos evangélicos, hay una gran variedad de grupos muy divididos, todos distinguidos por su profesión de poseer “el poder pentecostal” de dones milagrosos. Uno de los primeros misioneros pentecostales fue el Sr. Bender, quien se estableció en Barquisimeto en 1.919.

Todas estas misiones tienen su propia historia que relatar, y ya se han publicado varios libros. Sabemos que la obra del Señor no es una competencia o rivalidad. Pero el propósito de este libro es el de relatar la historia propia de las asambleas que se congregan sencillamente en el nombre del Señor. Ellas no tienen Sociedad Misionera que las dirige. Sus obreros salen en la misma forma sencilla como la iglesia en Antioquía extendió la diestra de la comunión a Bernabé y Saulo, según se lee en el capítulo trece de los Hechos de los Apóstoles.

Un ejemplo de esto fue dado en Inglaterra en 1.829 por Anthony Norris Groves, odontólogo quien estaba estudiando para el sacerdocio de la Iglesia Anglicana. Tenía el propósito de ir a La India con la Church Missionary Society. Pero él aprendió que las iglesias establecidas por los apóstoles, celebraban -la Cena del Señor sin la necesidad de la presencia de un ministro ordenado. Bernabé y Saulo no tenían sociedad misionera para apoyarlos, para levantar fondos, para guiarlos, ni para despertar el interés de otros en la obra de ellos. Fueron llamados por el Espíritu, quien los dirigía en su obra. Fueron encomendados por los ancianos de la iglesia de Antioquía, y sostenidos por el mismo Señor. De modo que Groves resolvió salir, con el acuerdo de hermanos del mismo pensar, para seguir en la forma sencilla de los apóstoles. En poco tiempo^su ejemplo animó a otros a seguir su fe. Antes de 1.900, más de 500 hermanos y hermanas habían ido a países de Europa, Asia, Africa, América del Sur y Oceanía, sin apoyo de ninguna sociedad, sin sede terrenal, y sin dirección humana. No salían por su propia cuenta, sino que iban encomendados por su propia asamblea que se congregaba en el Nombre del Señor. Dependían del sostén del Señor por medio de las donaciones enviadas de asambleas e individuos. Entre éstos aparecen el nombre de nueve que vinieron a Venezuela, cuya historia aparece a continuación.

Hasta 1.979, la lista venezolana incluye un total de 32 siervos del Señor (varones) que han venido del exterior, y un número mayor de hermanas. Es interesante notar que ninguno de estos obreros varones ha venido de los Estados Unidos. De modo que las asambleas establecidas no son de ningún modo “americanas”. - Los obreros han llegado desde Inglaterra, España, Escocia, El Canadá, Norte de Irlanda y Australia. Unas hermanas han venido de los EE.UU.

La presencia de obreros extranjeros en la actualidad, no demuestra ninguna debilidad, ni la falta de desarrollo en la obra nacional. Más bien manifiesta la universalidad de la iglesia, igual como en los días apostólicos. Todos somos hermanos en Cristo, pertenecientes a una patria espiritual y celestial. Hay una armonía perfecta entre los obreros extranjeros y un crecido número de obreros nacionales, los cuales han sido encomendados a la obra del Señor por las asambleas de Venezuela. Actualmente hay ocho parejas venezolanas dedicadas a la obra del Señor entre estas asambleas.

Hay un libro producido en 1.970 por la Casa Bautista de Publicaciones en el cual se reconoce la obra de estas asambleas aunque parece que exagera el progreso. Este libro, “Avance Evangélico en la América Latina” las llama “Hermanos de Plymouth” (como se explicaba ya) y escribe en la forma siguiente:

Hermanos de Plymouth

“La más numerosa denominación evangélica en Venezuela está constituida por la confraternidad de iglesias de los Hermanos de Plymouth. Stephen Adams, el primer misionero de los Hermanos, arribó en 1.910. Aunque los misioneros de los Hermanos participaron en el arreglo original que señaló distintas zonas de trabajo para cada iglesia, han vivido desde entonces casi en completo aislamiento del resto de los evangélicos. Han experimentado un progreso casi ininterrumpido desde que principiaron. A principio de la década de 1.950 su crecimiento se aceleró, y de un total de 2,000 miembros en 1.955 han crecido hasta tener 7,000 en 1.967.

Debido a que las iglesias de los Hermanos existen aisladas de otras iglesias, la mayoría de los evangélicos en Venezuela están inconscientes del fenomenal crecimiento que han experimentado. Las iglesias evangélicas harían bien en estudiar el patrón de evan-gelismo de los Hermanos por medio del testimonio de los laicos y el énfasis que los Hermanos conceden a la tarea de incorporar a los conversos en la vida y actividad de la iglesia. Su persistente programa de enseñanza prepara a los miembros para comunicar efectivamente el evangelio.”

Aunque la asistencia total entre todas estas asambleas puede alcanzar la cifra citada, parece que no haya tantos miembros en comunión. No hay archivos disponibles para sumar el total de la membresía comulgante. Hay un buen número de asambleas con más de 100 miembros, pero otras tienen apenas 30 a 50. Por supuesto, es un error decir que Stephen Adams fue el primer misionero.

En la historia relatada a continuación, hay imperfecciones que no se pueden encubrir. Si se relatara una historia sin hacer referencia a ningún fracaso, ni a caída personal, todos sabrían que es una novela de pura fantasía. Hay debilidades naturales en los creyentes de todo país. Sería raro si Satanás no hubiera triunfado en derribar a algunos de los creyentes más destacados de Venezuela. Se hace mención de algunos que ayudaban grandemente en la obra, pero después volvieron atrás. Unos han manchado el testimonio. Se evita la mención de cualquier cosa que pueda perjudicar a asambleas o a personas. La referencia a la infidelidad de algunos, debe alertar a todos, por no ser mejores que ellos, y todos capaces de caer en la misma trampa del diablo. La Escritura dice: “Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto. Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas como ellos codiciaron” (1 Corintios 10:5). Nunca se han tratado con liviandad estos casos de la inmoralidad. Es correcto actuar con seriedad, y reconocer que “La santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre.”

También hay debilidades en la práctica de las doctrinas que se profesan. En los últimos días de los apóstoles Pablo y Juan, ya muchas iglesias se habían apartado de la sencillez del principio. No es raro ver una degeneración parecida en el siglo veinte. Hay diferencias en la forma de tratar los problemas de la degeneración en doctrina y práctica. Existen en el exterior asambleas y siervos del Señor que son muy conservadores y estrictos en su entendimiento de la obediencia requerida a la Palabra de Dios. Hay otros más liberales en soportar la mundanálidad, y en permitir la entrada de prácticas comunes entre muchas sectas.

Tales diferencias ocasionaban problemas en Caracas hace 40 años; pero hablando generalmente, todos los siervos del Señor, tanto extranjeros como nacionales, que actualmente trabajan entre estas asambleas de Venezuela, son conservadores de la firmeza necesaria en guardar las prácticas apostólicas.

En cuanto a los detalles de esta historia se ha hecho todo lo posible por relatar la verdad. Es difícil conseguir datos exactos de todo. Pero el autor tiene disponibles muchos escritos con su fecha exacta, para corroborar los acontecimientos. Sin embargo, quedarán errores, y el autor pide disculpa por cualquier falta.

A continuación se incluye una lista de los escritos que han servido de fuente de la información publicada.

1. Cartas personales de los primeros obreros mencionados, publicadas en la revista misionera de Inglaterra, “Echoes of Service” (Ecos del Servicio).

2.    “Turning the World Upside Down”; libro en inglés de la historia de 100 años de esfuerzo misionero en el Nombre del Señor.

3.    “It Can be Done”; libro en inglés de Don Guillermo Williams. Tiene 253 páginas, y relata sus experiencias en Venezuela desde 1.910 hasta 1.937.

4.    “Dawn of a New Day”; segundo libro de Don Guillermo. Tiene 184 páginas, y relata la historia desde 1.937 hasta 1.948.

5.    “Fifty Years with the Cospel in Venezuela”; libro en inglés por Don Santiago Saword, relatando sus experiencias desde 1.922 hasta 1.972. Contiene 298 páginas.

6.    Manuscrito personal de experiencias de Don Jorge Johnston (16 páginas).

7.    Manuscrito personal de experiencias de Don Juan Wells (16 páginas).

8.    “OBRAS Y OBREROS”; sección de noticias en la revista “El Mensajero Cristiano” desde 1.920 hasta 1.977.

CAPITULO 2

EL COMIENZO DE LAS ASAMBLEAS

Los relatos de la historia del desarrollo del evangelio siempre son animadores. No se escriben con el propósito de glorificar a los hombres, sino para la gloria del Señor Jesucristo. El dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). “Y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samada, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). El evangelio no es de una sola nación, sino para todos. Su mensaje que salió de Jerusalén ya ha llegado a los confines de la tierra.

Llegó primero a Venezuela la religión católicorromana, cuando los sacerdotes vinieron con los conquistadores españoles. Después, cuando los héroes lograron libertar a su país del yugo europeo, Roma excomulgó a 36 de ellos. Venezuela libre, siempre permanecía en la oscuridad del romanismo donde no se permitía la libertad de culto, ni la lectura de la Biblia. Cuando se promulgó la libertad de culto en Venezuela, el Dr. Méndez, arzobispo de Valencia, rehusó firmar el documento. Después de 400 años de dominio por la iglesia romana, la gente permanecía en la inmoralidad, con un 80% de hijos ilegítimos e igual porcentaje de analfabetismo. La religión se había comercializado. Hacía falta la entrada de la luz del evangelio, pero hasta las últimas décadas del siglo pasado, su llegada fue casi imposibilitada.

Cuando llegaron unos colportores vendiendo la Biblia, los sacerdotes resistieron, mandando a quemarlas. En la Introducción del libro, ya se ha hecho referencia breve a los primeros misioneros evangélicos de otros grupos pero no se puede añadir más aquí de sus actividades. No se menosprecia la grandeza de su obra en predicar el evangelio en toda Venezuela, pero es necesario limitar este presente relato a la historia de los que llegaron, encomendados por asambleas que se congregan en el Nombre del Señor Jesucristo en varios países del exterior. Ellos vinieron empeñados en cumplir toda la comisión, de predicar el evangelio, bautizar por inmersión a los convertidos, y de enseñar toda la doctrina de Cristo, para establecer asambleas bíblicas donde se practicara la doctrina completa y sana, escrita por los apóstoles.

El primer hermano en comunión en las asambleas, quien predicó el evangelio en Venezuela fue Emilio Silva. No era predj-cador encomendado a la obra del Señor, sino un hermano, como tantos otros que trabajan en su oficio, y predican el evangelio en su tiempo libre. Emilio nació en España, católicorromano. Pero oyó el evangelio siendo muchacho en la Escuela Dominical de la Asamblea de Carril, cerca de Barcelona. Aquella obra había sido fundada por el Sr. J.P, Wigstone, encomendado a la obra del Señor desde Inglaterra en 1.873. Emilio creyó en el Señor cerca de 1.875. Poco después, a los 14 años de edad, quedó huérfano de padre y madre. El familiar más cercano dijo que estaba dispuesto a recibirle si dejaba de asistir a los cultos evangélicos. Emilio negó hacer tal cosa. Otros dos familiares le ofrecieron albergue, pero bajo las mismas condiciones. Emilio prefirió quedarse desamparado en la calle que dejar de asistir a los cultos. Una mujer, la Sra. de Bryant, le recibió en casa. Su marido le quería mucho, y ellos adoptaron a Emilio. El siguió en los caminos del Señor, y unos años después, la Sra. de Bryant también creyó, fue bautizada y recibida en comunión en la asamblea de Carril.

En 1.884, el Sr. Bryant consiguió buen trabajo en Caracas, como Jefe del Ferrocarril, Caracas a La Guaira, y la familia se mudó para Venezuela. Los Bryant se reunían en cultos caseros, y los domingos en la noche, Emilio predicaba el evangelio en la casa. En 1.886, cuando llegó el colportor Francisco Penzotti, éste bautizó a varios nuevos creyentes, pero todos no siguieron bien, quizá por la premura en bautizarlos.

Entre los archivos de la Iglesia Presbiteriana El Redentor, de Caracas, aparece la referencia a la primera familia presbiteriana que llegó allí en 1.886. Se trata del Dr. Heraclio Osuna y su señora. El nació en Mérida, y fue convertido en Bogotá. Las dos familias se conocieron. En aquellos archivos aparece la siguiente cita: “La otra familia protestante estaba formada por el Sr. Bryant, Jefe del Ferrocarril Caracas a La Guaira. La Sra. Bryant, cristiana muy devota, y un hijo adoptivo de origen español, Emilio Silva, alto empleado de esa empresa del Ferrocarril, y de quien se sabe, dedicaba mucho de su tiempo disponible a la predicación del evangelio y al servicio cristiano.”

En febrero de 1.889, llegó a Caracas el primer siervo del Señor encomendado a la obra desde las asambleas de Inglaterra. Se llamaba Carlos Bright. El había ido primeramente a México en 1.885, pero, viendo la mayor necesidad en Venezuela, adonde no había llegado todavía ningún misionero residente, resolvió mudarse para acá. Conociendo ya el español, él podía predicar el evangelio desde su llegada, y logró consolidar la obra pequeña empezada en casa de los Bryant. Varios fueron añadidos al grupo. Don Carlos redactaba el primer periódico evangélico en Venezuela, llamado “La Antigua Fe”. Pero su estadía fue de poco más de un año, porque murió el siervo del Señor en México donde él había trabajado, y él sintió la responsabilidad de regresar allí. Salió de Venezuela en 1.890, dejando 12 en comunión en la pequeña asamblea. La nueva obra sufrió otro golpe aquel mismo año cuando murió Emilio Silva de una enfermedad, a apenas 30 años de edad.

Los cultos seguían en casa de la Sra. de Bryant, pero la obra se iba desintegrando, hasta la llegada de otro siervo del Señor. Don Juan Mitchell llegó a Caracas el 8 de febrero de 1.896, siendo encomendado a la obra del Señor por la asamblea de Galt, en el Canadá. Era irlaridés, quien había sido convertido del romanismo, y llegó a Venezuela con el empeño de traer la luz a otros católicos.

Juan Mitchell era soltero, tenía el ejercicio de pionero, y salía en viajes largos a lugares distantes llevando la Palabra de Dios. El 15 de julio de 1.896, él salió de Caracas, con una carga grande de Biblias y tratados. Viajó en barco hasta Maracaibo, desde donde consiguió otra embarcación por el Lago hasta La Ceiba. Repartió literatura y siguió su camino por ferrocarril hasta Motatán. Allí arrendó una muía y pasó hasta Valera, donde consiguió otra muía que lo llevara por la cordillera de los Andes. Partió de Valera, una madrugada a las cinco, y llegó a Timotes a las cinco de la tarde, distancia de once leguas. Dos días después, siguió su camino hasta el páramo, y pasó la noche allí. Descendió la cordillera por Mu cuchíes hasta Mérida, repartiendo literatura por el camino. En el regreso por la misma ruta, conoció en Valera un colportor de la Sociedad Bíblica, quien andaba por allí.

Al regresar a Caracas, siguió ayudando en la obra allí, pero el paludismo y la disentería lo atacaba y sufría su tiempo de mala salud. Sin embargo, fue animado por la llegada de otros dos siervos del Señor en el año 1.897.

El primero fue Don Enrique Inurrigarro y su esposa, Sra. Eduvigis, de España, El había creído en el Señor cuando era alumno de un Colegio Evangélico en Barcelona. En 1.897, fue encomendado a la obra del Señor por la asamblea de Barcelona, y llegó a Caracas en junio. Ellos, con Don Juan Mitchell, resolvieron abrir una nueva obra en Valencia. Don Juan los acompañó durante agosto y septiembre de 1.897, cuando regresó a Caracas. Los Inurrigarro consiguieron una casa, No. 84 en la Calle del Sol (ahora Páez), y allí empezaron los primeros cultos evangélicos. Pero el principio fue duro, porque la gente de Valencia era más fanática que la de Caracas. No entraba a la sala para o ir la predicación.

El segundo siervo del Señor que llegó en 1.897 fue Don Ernesto Thomas. Fue encomendado por la asamblea de Liverpool, Inglaterra, y arribó a Venezuela el 2 de diciembre. Fue a Valencia, donde se aplicaba a aprender el idioma, mientras ayudaba a Don Enrique en el repartimiento de literatura de casa en casa. El 19 de diciembre de 1.898, ellos bautizaron a una mujer, la Srta. Carmela Arenas, primicias de la obra en Valencia. Ella siguió bien en los caminos del Señor hasta su partida el 25 de diciembre de 1.907. En abril de 1.899, Don Ernesto bautizó a una pareja de Barbados. Ya la obra empezaba a crecer lentamente. En marzo de 1.899, Don Enrique hizo un viaje a Puerto Cabello, donde por dos días visitaba de casa en casa repartiendo la Palabra de Dios. Aparentemente fue la segunda vez que el evangelio se difundía por las casas de Puerto Cabello. Juan Mitchell había ido en octubre de 1.898.

La viruela atacaba a Valencia, y el paludismo siempre reinaba en el país en aquel entonces. La tifoidea y la disentería afectaban más a los extranjeros que a los criollos. La Sra. Eduvigis se enfermó tanto, que a mediados de 1.900, ellos tuvieron que salir para Puerto Rico, donde perseveraban en la obra mientras ella recobraba la salud. En septiembre de 1.901, él escribió una carta expresando su propósito de volver a Venezuela, pero la revolución los impedía. No fue hasta marzo de 1.904 que pudieron volver a Valencia.

Ya habían salido del país Don Ernesto Thomas y su señora. Ella se había enfermado tanto que no podían soportar más las pruebas, y el Io de junio de 1.900, regresaron a Inglaterra, para nunca volver. Sin embargo, él dejó sembrado algo que quizá se cosechó después. El tenía la costumbre cada madrugada, de subir el cerro detrás de Valencia para orar sobre Ja ciudad. No sabemos el alcance de tales oraciones.

Pero en la ausencia de los Inurrigarro y los Thomas, Valencia no quedó sin obreros. En diciembre de 1.899, llegaron a Venezuela Don Jaime Brown y señora, encomendados a la obra del Señor desde Escocia. Ellos pasaron poco tiempo en Caracas antes de ir a Valencia el 27 de diciembre de 1.899. En 1.901, Don Juan Mitchell los visitó desde Caracas, y se bautizó una pareja que había creído. Luego el 3 de octubre llegó la primera señorita encomendada a la obra del Señor como ayudadora. Fue la Srta. Enriqueta Neill. En seguida se aplicó a aprender el idioma, y pronto ayudaba en las clases para niños. Pero a apenas cuatro meses, se enfermó de gravedad y partió para estar con el Señor el 11 de enero de 1.902, a los 29 años de edad. No aguantó los azotes físicos que amenazaban a todos los nuevos en el país. Ella fue la primera en poner su vida por el servicio del evangelio aquí, pero fue seguida dentro de pocos años por la Sra. Eduvigis de Inurrigarro.

Los Inurrigarro habían vuelto a Valencia en marzo de 1.904, Pero la señora cayó enferma otra vez. Por fin el 21 de abril de 1.905, ella partió para su descanso eterno. Don Enrique soportó la soledad de la viudez por un año, no obstante el 7 de mayo de

1.906 se fue para España. Allí siguió en la obra en Carril, de donde había venido Emilio Silva, Se volvió a casar y perseveró en la obra allí hasta 1.916, pero nunca volvió a venir a Venezuela.

Mientras se desarrollaba lentamente la obra en Valencia, Don Juan Mitchell seguía en la obra en Caracas, siempre dedicando unos meses al año a llevar el evangelio al interior del país. En febrero de 1.898, compró una muía con el fin de viajar hacia el occidente, pero no pudo salir a causa de la revolución. Por fin, el 26 de julio, partió de Caracas, rumbo hacia Valencia. Pasó el día 6 de agosto en Maracay repartiendo literatura evangélica.

Luego pasó unos días con los hermanos Inurrigarro y Thomas en Valencia. De allí, pasó por los cerros hasta Bejuma. Miranda y Nirgua, repartiendo la literatura en el camino. Salió de Nirgua el 29 de agosto, pasando por Barquisimeto hasta Quíbor y El Tocuyo. Desde allí, regresó a Barquisimeto y pasó por San Felipe, Palma Sola y TuCacas. Cruzó hasta Puerto Cabello, y regresó hasta Caracas en ferrocarril. Llegó el 20 de octubre, después de tres meses de viaje solo. El repartió 32 Biblias, 36 Nuevos Testamentos, 540 Evangelios, 400 libritos y 5.000 tratados.

En junio de 1.899, él hizo otra visita a Barquisir.ieto, pasando por Aroa, y predicó en la sala de una casa en la capital de Lara. Vuelto a Caracas, durante el año 1.900, él y la pequeña asamblea de creyentes allí, alquilaron un salón, donde vieron mayor asistencia a los cultos. Pero desde 1.897 hasta 1.903, Caracas sufría mucho por las revoluciones. La gente temía salir de noche. Por consiguiente, los cultos sufrían. Las enfermedades agotaban a Don luán también, y en 1.903, tuvo que hacer un viaje fuera del país para restablecer la salud. Fue a España y luego al Canadá. Cuando hablaba a las asambleas allí, su referencia a la obra del Señor en Venezuela despertó el interés de luán Crane, quien había tenido ejercicio de servir al Señor. Resultó que cuando Don Juan Mitchell regresó a Venezuela a fines de 1.904, Donjuán Crane lo acompañó, encomendado a la obra desde el Canadá.

Cuando llegaron a Caracas, Don Juan Crane escribió que quedaban pocos creyentes asistiendo. Pero en 1.905, bautizaron a tres creyentes, y en febrero de 1.906, otros más. La obra crecía muy lentamente, a causa de la fuerte oposición y la persecución. Fue difícil conseguir niños para la Escuela Dominical. Temían asistir. De modo que el grupito de creyentes recibió otro atraso cuando en 1.908, los dos predicadores tuvieron que salir de Caracas. Don Juan Mitchell se enfermó de tanta gravedad que tuvo que irse para España. Nunca volvió a Venezuela, pero permaneció activo en la obra del Señor en España hasta 1.939. Don Juan Crane’salió a fines del año para España también. Igualmente siguió bien en la obra allí hasta 1.923, cuando falleció. Su viuda se volvió a casar con otro siervo del Señor, el Sr. Trenchard, cuyos escritos son bien conocidos.

En 1.907, había llegado a Caracas una enfermera, la Srta. Jeannie B. Deans, encomendada desde Inglaterra. Pero un año después se fue para España también. Caracas quedó pues, sin obreros que dedicaran todo su tiempo a la obra del Señor, hasta 1.910, cuando llegó Mr. Stephen Adams, cuya historia se relata en otro capítulo.

La obra en Valencia seguía mejor, aunque también sufría sus trastornos. En 1.904, llegó Don Arturo Shallis para acompañar a los Brown en la obra allí. Vino encomendado de Tadworth, Inglaterra. Era buen predicador, pero también alcanzaba el corazón de los creyentes como pastor verdadero. Luego el 30 de noviembre de 1.906, llegó a Venezuela otro obrero joven, encomendado de asambleas en Inglaterra. Se llamaba Eduardo Wigmore. Pasó los primeros meses en Caracas aprendiendo el idioma, y luego fue a Valencia para dedicarse a la obra allí con Don laime Brown. El tenía brío para ayudar en la ciudad y para salir de viaje a los campos. El 16 de diciembre de 1.907, los dos hicieron un viaje hacia el interior. Pasaron once días repartiendo 1.500 tratados. Fueron muy animados por la buena recepción de la Palabra de Dios en los campos. La gente no era tan fanática como los valencianos. Había puertas abiertas para predicar. Pero se enfermó Wigmore con la tifoidea y dentro de pocos días fue llevado a su Hogar Celestial. Su lamento antes de partir el 13 de enero de 1.908 fue: “¡Un solo año en la viña! ” Su cuerpo fue enterrado en Valencia, el día 14 de enero. Tenía apenas 24 años de edad.

Los hermanos Brown y Shallis seguían en los cultos en Valencia, pero la persecución siempre era fuerte. Una noche en 1.907 cuando Don Arturo estaba predicando, llegó un hombre con un palo, y con un golpe derribó a Don Jaime, quien estaba parado a la puerta. Los creyentes sufrían peores cosas. Unos perdieron sus empleos, y otros sus casas. Los familiares fanáticos botaban a los evangélicos a la calle. Don Jaime estableció una finca con el propósito de dar empleo a los hermanos, para ayudarles a ganar la vida. Tenían caballos y sembraban millo para hacer escobas. Pero eso provocaba ciertos problemas y disgustos entre Don Jaime y los creyentes. Unos le criticaban, creyendo que estaba aprovechándose de la bondad de los hermanos que trabajaban. Es verdad que muchos en la asamblea llegaron a depender de él. Unos se disgustaron y se fueron para formar su propia obra, la cual se desbarató después.

Pero en 1.908 se abrió otra puerta en Yagua, cerca de Guacara. Uno de los hermanos en comunión, llamado Eduvigis González, habló del evangelio a la Sra. Custodia de Almérida, en la finca en Yagua. Ella leyó el Nuevo Testamento que él le dio, y se interesó mucho. Rogó a su marido, Don León, que la llevara a Valencia para oir la predicación. Iban a pie los 14 kms., y a veces tenían que cargar las alpargatas en la mano y andar descalzos a causa del barro del camino. Allí oían a Don Jaime y a Don Arturo, y ella creyó en el Señor. Poco después creyó Don León. Una noche él iba de regreso después del culto, meditando en el mensaje. Era la una de la madrugada, cuando, cruzando un puente en el camino, él recibió a Cristo como su Salvador personal, el 25 de febrero de 1.908. En seguida ellos abrieron su casa a la predicación, y fueron Don Jaime, y otros hermanos a predicar allí. Había gran interés de tal modo que a veces se reunían cien personas.

El 5 de noviembre de 1.907 se casó Don Arturo con la Srta. E. María Bartlett. Pero ella se enfermaba igual como Don Arturo. De modo que en 1.909, ellos se fueron para España, y siguieron en la obra allí hasta 1.933. España ganó, pero Venezuela perdió otro obrero fiel. Luego a fines de 1.909, llegaron dos señoritas desde Kilmarnock, Escocia, María Petrie y María Wilson. Ellas ayudaban no solamente en las visitas en Valencia, sino también en Yagua. El día del culto allí, ellas salían con la Sra. de Brown en carreta antes del amanecer, para hacer el viaje de tres horas en la frescura. Don Jaime seguía a caballo. Después de visitar durante el día, se celebraba el culto en la noche. Así seguían, pero faltaban hermanos para la obra. Al principio de 1.910, Don Jaime era el único varón que quedaba en Venezuela de los muchos que habían llegado del exterior.

Luego el 25 de abril de 1.910, llegó Don Guillermo Williams con su esposa, e indudablemente nadie se dio cuenta aquel día cómo Dios lo iba a usar en la obra en Venezuela durante los 50 años siguientes.

Don Guillermo y su esposa, Isabel, nacieron ambos en Aber-deen, Escocia en 1.882. Fueron criados presbiterianos, pero no fueron convertidos hasta los 18 años de edad. El ya trabajaba en el aprendizaje de la ingeniería marítima. Poco después de creer, condujo al Señor a aquella señorita con quien se enlazó en matrimonio, en 1.905 en el Canadá. El había viajado antes a Australia, y llegó a conocer los cinco continentes. Luego emigró al Canadá, hasta donde le siguió su novia. Allí él desempeñó un puesto importante en la Compañía de Ferrocarriles en Toronto, como Ingeniero Mecánico. En Toronto, él y su esposa aprendieron mejor los caminos del Señor y se bautizaron, y fueron recibidos en comunión en la asamblea de la Avenida Brock.

Después de unos años de actividad allí, ellos oyeron de la obra del Señor en Venezuela por la visita de Don Juan Mitchell en 1.908, cuando él iba desde Venezuela para seguir sus actividades en España. Se despertó en ellos el ejercicio de dedicarse a la obra del Señor en Venezuela. Resultó que ellos fueron encomendados a la obra y salieron en abril de 1.910. Como los demás siervos del Señor, no tenían ninguna garantía de sostén por ninguna sociedad misionera, y no fueron dirigidos por ningún comité ni organización. Andaban en completa dependencia del Señor para guiarlos y sostenerlos por la fe. Solamente sabían que Don Juan Mitchell había dejado una pequeña asamblea en Caracas, y que Don Jaime Brown trabajaba en una obra en Valencia empezada hacía trece años.

Así que, llegó a Puerto Cabello el 25 de abril de 1.910, el vapor Prins Wilhelm con estos dos pasajeros a bordo. En seguida sintieron un amor por el país de su adopción. Pero la gente hablaba una lengua desconocida. El castellano que ellos habían aprendido en el Canadá era algo diferente al hablar de la gente aquí, y ellos no entendían casi nada. Pasaron mucho tiempo en la aduana, y luego Don Jaime los llevó por tren a su casa en Valencia. Después de seis semanas, lograron conseguir su propia casa de alquiler, y allí pasaron sus primeras pruebas en su nuevo país. La casa era grande, y ellos no tenían muebles para ofrecer asiento a los visitantes. Los recursos eran escasos, porque recibían ayuda monetaria solamente de vez en cuando desde el exterior, y a veces tenían apenas lo más mínimo para comer. Ellos seguían estudiando el idioma, y pasaban por sus dificultades en el período de orientación y aprendizaje. El diccionario era su gran amigo. Muchos llegaban a la casa para hablarles. Un día el dueño de la casa envió una criada en busca de “limoncitos” para un caballo enfermo. Había un limonero en el solar, pero Don Guillermo no sabía qué eran limoncitos. Buscó su diccionario, y la palabra más parecida que él halló fue “limosnita”, por consiguiente, rehusó rotundamente dar una limos-nita para un caballo enfermo, creyendo que le estaban embromando. Ya él había aprendido el engaño de los mendigos que los molestaban. Un sábado él había visto un cojo con muletas pidiendo de casa en casa. Después de salir de una casa, él miró arriba y abajo, y por cuanto a aquella hora no había nadie en la calle, puso las muletas debajo del brazo, corrió al otro lado, y luego las acomodó otra vez para seguir mendigando.

Ellos aprendieron que no era buena costumbre en aquel entonces ir personalmente al mercado a comprar. Por consiguiente buscaron un criado quien les ayudaba también en la cocina. José Lugo era algo ñojo, pero le gustaba ayudar a preparar la comida. Un día cuando iban a servir el pudín de arroz, el plato se encontró vacío. El tuvo que confesar que iba probándolo para ver si tenía suficiente azúcar, hasta que no quedó nada. El leía mucho su Nuevo Testamento, tanto que ellos esperaban que creyera, pero se fue para Caracas y no lo vieron por 16 años. Apenado, él relató su historia, que cuando muchacho él había huido de un internado en Barquisimeto, y que su nombre verdadero era Ramón Hernández. Fue convertido en Duaca y allí se dio a conocer de nuevo a Don Guillermo. Así que el pan echado sobre las aguas fue hallado después de muchos días (Ecls. 11:1).

Don Guillermo ya ayudaba en los cultos en la asamblea y en Yagua. El compró un caballo, y andaba con Don Jaime por los campos. Pero en 1.911 la asistencia iba menguando en Yagua a causa de la fuerte oposición y persecución. Por fin los Almérida fueron botados de la finca por la dueña quien era católica fanática. Don Jaime les proveyó una casa en San Diego. Don Guillermo tenía interés en probar en Puerto Cabello, y persuadió a su consiervo a acompañarle allí. El 17 de abril de 1.911, los dos hicieron el viaje a caballo. Fue difícil, porque el camino de bestia por la ruta antigua de los españoles, desde Bárbula hasta San Esteban era muy pendiente. Sin embargo, se animaron mucho por la buena recepción de los tratados. Poco después volvieron a hacer el viaje, y repartieron 1.600 tratados, y muchos evangelios y porciones. La gente no era tan dura como la de Valencia, y eso despertó en Don Guillermo el deseo de predicar el evangelio allí. Pero en el regreso a Valencia por poco sufrió un accidente muy serio. El estaba poco práctico todavía como jinete en los caminos angostos y pendientes; se cayó el caballo por un precipicio. Pero Don Guillermo saltó de la silla y se salvó de la muerte.

En diciembre de 1.910, había llegado a Caracas otro siervo del Señor, Sr. Lewis S. Dart (Don Luis), encomendado desde Devonport, Inglaterra. El pasó meses en Caracas aprendiendo el idioma, y luego se unió a Don Jaime y Don Guillermo en Valencia. Hacia fines del año, Don Jaime le llevó en un viaje de colportaje hasta Lara. Los dos salieron de Valencia a caballo el 15 de noviembre de 1.911. Llevaban otra bestia de carga con los libros. Cruzaron los cerros hasta Bejuma, Montalbán, Miranda y Salom, y repartían los tratados y porciones de casa en casa. Desde allí gastaron tres días de camino hasta San Felipe, y por fin llegaron a Barquisimeto el 3 de diciembre. Siguieron hasta Quíbor, para llegar a Tocuyo. Don Luis conducía la bestia que cargaba los libros. El había sido marinero y no estaba práctico con los animales. Evidentemente habían acontecido ciertos incidentes en el camino, y de todos modos él no se sentía bien por las fiebres que padecían todos los nuevos en el país. Resultó que él perdió el control del animal, el cual se fue corriendo. Gastó horas en buscarlo, y cuando volvió, Don Jaime perdió por completo la paciencia, y le dio un buen regaño. Fue una situación tan penosa para Don Luis que no le fue posible seguir con Don Jaime. Mientras éste siguió para El Tocuyo, Don Luis resolvió regresar a Valencia. Desconociendo el camino, sé dirigió con su brújula en línea más recta, sufriendo aflicciones al cruzar ríos, subir barrancas y serranías hasta llegar a Nirgua. De allí, siguió el camino a Valencia. Llegó medio muerto, y relató su triste experiencia a Don Guillermo. Fue a Caracas donde siguió con Don Esteban Adams hasta septiembre de 1.912, y luego regresó a Inglaterra, enfermo. El siguió bien en los caminos del Señor, y emigró al Canadá después. Tiene un hijo quien está en la obra del Señor en el Canadá. Pero queda como un triste ejemplo lo que puede suceder cuando uno mayor pierde lá paciencia, y trata con rigor a uno que está empezando en el servicio de Cristo. . Es probable que así, la obra en Venezuela haya sufrido una pérdida en una época cuando había necesidad de más obreros.

No fue la última ocasión de un desacuerdo entre obreros. Otros, incluyendo a los obreros nacionales han sufrido su regaño. Por supuesto, tales cosas son muy naturales, pero toca a todos ser espirituales y no actuar carnalmente. Y, como se ha dicho en cuanto a los requisitos de un siervo del Señor, igual como los ancianos de la grey, se debe tener la paciencia de un buey en el trabajo, la ternura de una madre con su niñito, y “el cuero de un caimán ’’ éste para soportar los golpes y los insultos. El de poco ánimo no aguantará las penalidades.

Don Guillermo no compartía con su consiervo sus ideas en cuanto a la finca. Sabía del buen propósito, en vista de la fuerte persecución que sufrían los creyentes. Pero él estaba convencido de que los apóstoles no hacían así. Los convertidos en el primer siglo tenían que soportar la persecución a pesar de la pérdida del trabajo y a veces de sus herencias. De todos modos, las cosas no seguían bien en la finca, y Don Jaime la vendió. La ira de algunos fue levantada. Luego un hombre acusó a Don Jaime de familiaridad con su hija y le amenazó con revólver, pero Don Guillermo pudo intervenir e impedir que el hombre usara su arma de fuego. Don Jaime resolvió huir, y al principio de 1.912 se fue de prisa del país, para nunca volver.

Quedaban Don Guillermo y su esposa solos, con el puñado de creyentes en Valencia. A lo menos, Don Guillermo ahora podría desarrollar la obra según sus propias convicciones, pero la lucha apenas estaba principiando. El empezó de nuevo a visitar a los pueblos vecinos a Valencia con el evangelio. Un día fue a Guataparo, pero pocos recibieron los tratados. Entró en un negocio, pero el dueño lo hizo huir, amenazándole con un revólver en la mano. Don Guillermo montó su caballo y se fue a todo galope. Luego, desanimado por completo, soltó las riendas y dejó el animal andar por su cuenta. Una soledad le alcanzó y en su desesperación clamó: “no es posible”. El testimonio se había dañado en Valencia, y ahora en los campos, le estaban corriendo con amenaza de muerte. ¿Se había él equivocado? Por primera vez se entregó al desespero, y dejó el caballo seguir andando hasta que en el calor del día, se paró a la sombra de un árbol. Allí se sentó Don Guillermo pensativo, muchos kilómetros de su esposa, miles de kilómetros de sus hermanos en el Canadá, y la distancia de Dios le parecía aun más larga. lamentó haber dejado su tierra y sus hermanos. ¿Qué hubiera pasado a la obra si él hubiera ido de regreso al Canadá?

Por fin se paró en la silla y brincó a una rama del árbol. Se sentó allí con su ejemplar del Nuevo Testamento y Salmos. Abriéndolo, se puso a leer el Salmo 43: “Júzgame, oh Dios, y defiende mi causa; Líbrame de gente impía y del hombre engañoso e inicuo. Pues tú eres el Dios de mi fortaleza; ¿por qué me has desechado? ¿Por qué andaré enlutado por la opresión del enemigo? Envía tu luz y tu verdad; éstas me guiarán; me conducirán a tu santo monte, Y a tus moradas. Entraré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y de mi gozo. Y te alabaré con arpa, oh Dios, Dios mío. ¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío.”

El salmo trajo el calor del amor del Señor a su corazón. Meditando en las palabras: “Envía tu luz y tu verdad”, él pudo orar al Señor que El enviara su luz y verdad a los católicos romanos de Venezuela. El sintió que su oración había sido oída, y se bajó del árbol con la determinación de volver a la tarea. En Caracas, estaba Don Esteban Adams, pero él y Don Guillermo no se conocían. Todos los primeros obreros que habían llegado desde 1.889, ya no estaban. Tres habían puesto su vida, cortados por las enfermedades. Los demás se habían ido, trasladándose a otros países a causa de las enfermedades y demás pruebas y persecuciones. Durante los años siguientes, cuatro obreros más habían de morir igualmente por las enfermedades, del paludismo, la tifoidea y la disentería. Estos siete no eran mártires como los muertos por espada o piedras o fuego. Su vida fue cortada por las fiebres. Pero ellos escogieron dejar sus propias tierras con su buena salud, para venir a Venezuela, sin contar con la resistencia natural que tenían los criollos contra las enfermedades que imperaban en el país. Todos estos hubieran podido permanecer en las condiciones agradables de sus patrias, para servir al Señor allí, pero por amor a Cristo y a causa del evangelio, dejaron todo para entregar su vida aquí. Sus cuerpos están enterrados en Venezuela. Aquellos primeros años habían sido costosos. ¡Ojalá que la generación presente aprecie el costo de abrir el país al evangelio! No está por demás notar la lista de los siete mencionados:

Juan Mitchell 1896-1908 y Juan Crane 1904-1909

Srta. Enriqueta Neill enterrada en Valencia    11-1-1902

Sra. Eduvigis de Inurrigarro    22-4-1905

Eduardo Wigmore     14-1-1908

Sra. María de Adams    Caracas    1915

Jaime Fotheringham        1921

Jaime Ford     Zaraza    1926

Sra. Isabel de Williams     Puerto Cabello 1927

Jaime Brown y Sra., 1905 Congregación de Valencia, 1909.

Esta lista nos recuerda que los únicos dos obreros que quedaban en Venezuela al principio de 1.912, habían de perder a sus esposas unos años después, para llegar a ser partícipes con los demás en el dolor y sacrificio de tal tristeza.

Pero el Señor tenía preparado un buen consiervo para Don Guillermo. Ya por algún tiempo Don Jorge Johnston de Toronto, en el Canadá, había mantenido correspondencia con él. Luego fue encomendado a la obra del Señor aquí, y Don Guillermo fue a Puerto Cabello a recibirle el 21 de noviembre de 1.912. Su llegada animó mucho a los Williams, y empezaron con nuevas fuerzas el ataque contra el poder del romanismo. Pero dentro de poco, Don Jorge por poco murió del paludismo. Sin embargo, el Señor tenía años útiles de servicio para él. Su novia llegó desde el Canadá en noviembre de 1.913, y se casaron en Valencia el 23 de diciembre de 1.913. Poco después cuando estaban en San Diego en casa de Don León Almérida, él se enfermó de nuevo con fiebre. Después de una semana con su temperatura a los 41 grados, Don León le llevó sobre un caballo hasta Valencia. El médico diagnosticó la tifoidea. Por diez semanas él guardó cama, y en la misericordia del Señor recobró la salud. El relató de la paciencia y ternura de Don Guillermo y Doña Isabel en ayudar a cuidarle y atenderle durante aquellos días.

De modo que el Señor dio la victoria cuando parecía que los mensajeros de Cristo estaban vencidos, no pudiendo contra las penalidades de la obra del Señor y los contratiempos de la vida en un país tan en contra del evangelio. Ya empezó una nueva etapa en la historia.

Don León Almérida y Sra., e hijo, José Almérida (Guacara).

CAPITULO 3

DOS V1AJ1S PIONEROS

UN RECORRIDO POR CINCO ESTADOS

La llegada de Don Jorge Johnston trajo la ventaja de poder trabajar en la obra con Don Guillermo Williams como consiervos en un yugo espiritual. Desde aquella fecha, se ha visto una demostración de los principios bíblicos de trabajar, como los apóstoles, de dos en dos. Aunque a veces los obreros son de caracteres diferentes, sin embargo como hermanos, deben buscar la armonía para trabajar con una sola mente y un mismo parecer. Ellos anhelaban llevar el evangelio a nuevos campos. Después de 14 años de predicación en Valencia, no se veía mucho resultado. Por consiguiente, resolvieron hacer un viaje pionero a otras partes. Don Guillermo ya tenía 2 caballos y Don Jorge compró otro.

El 20 de enero de 1.913, partieron los dos de Valencia a las 2 de la madrugada. Don Guillermo tenía la costumbre de quedarse despierto después de las 10 p.m., pero siempre madrugaba. Cuando tenía por delante un viaje, se mostraba inquieto por salir lo más temprano posible. Así que ellos salieron a pie con tres caballos bien cargados con libros. Habían enviado adelante un cajón con libros hasta Acarigua. Todo salió bien por cinco kilómetros hasta que uno de los caballos pegó a un poste. Se cayó la carga y el animal cayó encima. Cuando se desmontó Don Jorge, su propia bestia se asustó y se fue. Don Guillermo tuvo que descargar la suya e ir a todo galope de regreso hacia Valencia para recoger el caballo escapado. Después de volver a cargar los tres, siguieron el camino hasta Tocuyito. Ya era de día, y el primer tratado ofrecido fue rehusado, tanto que todo parecía estar en contra.

Sin embargo, ellos siguieron por Campo Carabobo hasta pasar la noche en una pensión. Los vampiros molestaron mucho los caballos durante la noche. El día siguiente, salieron a las 6:30 a.m., y vendieron muchos libros y porciones por el camino. Descansaron los animales después del mediodía cuando cayó un fuerte aguacero por dos horas. La cañada más adelante se desbordó y para poder pasar,' Don Guillermo se desvistió y guió los tres caballos al otro lado. Luego llevó en hombros a don Jorge (de 75 kilos). Antes de llegar a Tinaquillo, encontraron otro río crecido. Ya oscuro, Don Jorge resolvió meterse otra vez y, como el agua tenía apenas un metro de profundidad, todos cruzaron y siguieron el camino con la ropa mojada. Consiguieron hospedaje en Tinaquillo y durante los dos días siguientes vendieron 180 libros y repartieron 500 tratados.

Otra vez emprendieron su camino, a la una y media de la madrugada. Ya la carga era menos, tanto que pudieron tomar turnos en montar un caballo, yendo el otro a pie. Llegaron a las 4:30 p.m. a El Tinaco, sintiendo hambre, sed y cansancio. El día siguiente era sábado; ellos repartieron tratados entre centenares de casas, la mayoría de las cuales se hallaban en estado de ruina. El cura estaba ausente y la gente no tenía miedo de recibir los libros evangélicos. Descubrieron también que unos ya poseían Biblias compradas a un colportor de la Sociedad Bíblica.

El lunes, partieron a las 3:40 a.m., andando a pie; llegaron a San Carlos a las 8:40 a.m. Después de descansar, salieron a vender Biblias, pero el colportor había pasado poco antes. Por lo tanto decidieron seguir hasta el pueblito de Cojedes. Pero el día siguiente se extraviaron en la oscuridad de la madrugada, y el camino los llevó hasta San Rafael, donde repartieron mucha literatura. Pasaron la noche en Agua Blanca donde el dueño de la pensión compró una Biblia grande y oyó bien el mensaje. Dieciséis años después, cuando Don Guillermo pasó por allí, los familiares dijeron que este hombre siempre creía en aquel libro, y que cuando el cura llegó desde Aca-rigua para confesarle antes de morir, él rehusó. Así que es posible que él hubiera creído al Señor y que lo veamos en el cielo.

Don Jorge creía que había conseguido la malaria en San Carlos, porque no se sentía bien después. El relata cómo él dormía tan profundamente que los zancudos (mosquitos) tenían toda libertad para atacarle. Al contrario, Don Guülermo los espantaba por horas, hasta despertar a Don Jorge, sugiriendo que siguieran su camino a la luz de la luna.

Ellos llegaron a Acarigua donde vendieron varias Biblias. Descubrieron que varios ya habían comprado al colportor, y desgraciadamente unas estaban sucias ya con polvo, y aun comidas por comején. Pero donde había sido leída, ellos encontraron un interés por las cosas del Señor. También vendieron muchos libros tales como El Peregrino y La Conversión de Andrés Dunn. De modo que pasaron los días viernes y sábado entre allí y Araure, y vendieron un total de 300 libros, y regalaron 600 tratados.

Ya los días habían volado, y ellos decidieron viajar el domingo temprano hasta Sarare, a 30 Kms. de distancia. Llegaron antes de las 11 a.m., pero con hambre y cansancio; no se habían desayunado, y no hallaron agua en aquellas sabanas secas. El lunes, su viaje los condujo por Quebrada Seca y Cabudare, donde el cura había anunciado su presencia por telégrafo para que la gente no comprara Biblias. Así que, llegaron a Barquisimeto el miércoles en la tarde. En aquel entonces, era una ciudad bonita de más o menos 25.000 habitantes, con muchos templos, curas y cruces. No había ninguna obra evangélica. Es muy llamativo que los curas no habían hecho ningún esfuerzo de contrarrestar el pecado, la mala vida y los vicios practicados entre sus feligreses, pero cuando llegaron las Biblias para condenar el pecado, ellos levantaron una gran campaña para destruirlas.

La primera noche no durmieron nada a causa de las pulgas. Por la mañana, salieron a vender, pero evidentemente el cura había recibido noticias desde Cojedes y había informado a la policía. Pronto llegó un policía y pidió el permiso a Don Jorge. El no entendía suficiente castellano para explicar, y lo envió a Don Guillermo. Fueron acusados de vender libros sin licencia; los llevó por las calles a la Jefatura, delante de la burla de todos. Los oficiales conversaban un rato, pero luego entró alguien de la calle quien habló a favor de los “reos”, y pronto fueron sueltos con permiso de seguir vendiendo. Triunfantes, ellos regresaron a la misma calle donde habían sido llevados presos, y vendieron muchos libros. Siguieron hasta las 4:00 p.m., pero ya Don Jorge no podía más por la fiebre que le atacaba.

Ellos dormían siempre en hamacas sin mosquiteros y se exponían al paludismo por las picadas de'los insectos. Don Jorge era fuerte, pero la resistencia de Don Guillermo parecía no tener límite. Los que andaban con él tenían que seguir aun cuando no se sintieran bien. No solamente Don Jorge, sino también otros consiervos que le acompañaban durante los años siguientes, incluyendo a su propia esposa, sufrían penalidades por la dificultad de igualar la resistencia de Don Guillermo.

Don Jorge temblaba con la fiebre, y debía haber guardado cama, pero siempre seguía el camino, no queriendo impedir el avance hacia Yaritagua. El día siguiente, Don Jorge estaba tan débil que a veces deseaba desmontar y acostarse en el suelo; pero siguió. Pasaron el domingo en Urachiche donde repartieron muchos tratados. En Chivacoa, empezaron sus ventas el lunes; fueron bien recibidos. Como no había cura residente, el pueblo oía bien el mensaje. Llegaron el martes a San Felipe. Ambos podían montar los caballos, porque la carga de libros iba ya disminuyéndose. En San Felipe, vendieron 214 libros y repartieron 600 tratados en tres horas. No llegaron a Nirgua el día miércoles, porque la noche los alcanzó en el espeso bosque. No sabían qué hacer, pero apareció un hombre quien los condujo a una casa donde pasar la noche. Al amanecer, siguieron el camino hacia Nirgua. En algunos lugares el camino era tan pendiente, que les era imposible andar montados. Tenían que ir a pie, guiando su caballo; Don Jorge estaba tan débil a causa de la fiebre que a veces tenía que ir detrás del caballo agarrado por la cola, para poder subir. Los mismos caballos sufrían también, y tenían que descansar con frecuencia. Se alimentaban de los mismos cambures que servían de sostén a los hermanos. Después del mediodía, llegaron a la cumbre, desde donde se podía ver un bellísimo panorama de los valles por delante. A las seis de la tarde llegaron a Nirgua. El viernes, vendieron los 230 libros que quedaban.

Ya libres de la carga, ellos siguieron los 67 Kms. de regreso a Valencia el mismo día, pero tuvieron que andar a la luz de la luna hasta las 2:30 a.m. del sábado para llegar a casa. ¡Qué gozo de parte de la esposa de Don Guillermo, quien se había quedado sola! El viaje fue largo; recorrieron como 530 Kms. en cuatro semanas. Habían regalado más de 5.000 tratados, y vendido 51 Biblias, 166 Nuevos Testamentos, 1.330 evangelios y 171 otros libros evangélicos. La semilla había sido sembrada, y solamente en la eternidad se sabrá cuál haya sido la verdadera cosecha.

UN VIAJE POR LOS LLANOS

En noviembre de 1.910, había llegado a Caracas otro siervo del Señor, llamado Don Esteban Adams. Poco después, llegó su novia, María Wilson; los dos se casaron en Caracas el 17 de diciembre. Eran escoceses, encomendados desde la asamblea de Kilmar-noch. En aquel entonces no había mucha comunicación, pero Don Jorge y Don Guillermo, quienes estaban en Valencia, llegaron a saber de su presencia en Caracas. A fines de 1.913, ellos fueron a Caracas a caballo, para conocerle. El viaje por el viejo ferrocarril gastaba siete horas desde Valencia, pero a caballo se gastaba más de un día. Se regocijaron de conocerse. Don Guillermo era escocés también, pero había salido de Escocia para el Canadá trece años antes.

Al principio de 1.914, fue Don Guillermo otra vez a Caracas con su esposa, ambos andando a caballo. El y Mister Adams arreglaron un viaje juntos, para conocer los llanos y evangelizar en aquellas regiones a donde no había llegado la luz del evangelio. Como Don Jorge se había enfermado de la tifoidea, él estaba demasiado débil para acompañarlos, y tenía que quedarse en Valencia con su esposa. Pero él ayudó, prestando su caballo a Mister Adams para hacer el viaje.

Los dos escoceses, Williams y Adams, salieron de Caracas a caballo el día 20 de julio de 1.914, a las 4:30 de la madrugada. Llegaron la misma noche a La Victoria donde visitaron a los Finstrom. El día siguiente, llegaron a Cagua, y empezaron a repartir la literatura. Pocos compraron libros, pero ellos repartieron muchos tratados de casa en casa. Habiendo enviado seis cajones de libros a Calabozo, ellos mismos siguieron su camino hasta Villa de Cura, donde lograron vender 313 libros en dos días. El día siguiente, se levantaron a la una de la madrugada y llegaron a las 9 a.m. a San Juan de Los Morros. Por la misma tarde, vendieron 190 libros en las casas y negocios. El otro día partieron a las 8:30 a.m., y viajaron todo el día para llegar a Para Para a las 5 p.m.

Ya estaban a orillas de los llanos, donde en aquel entonces la mucha agua criaba nubes de insectos que producían brotes de paludismo en tiempo del invierno. Los hermanos hallaron personas enfermas en casi todas las casas; cuando llegaron a Ortiz, el pueblo se veía arruinado por las enfermedades. Muchas casas estaban desocupadas y caídas; ellos aprendieron que el pueblo antes había tenido tres veces el número de habitantes.

Llegaron a Calabozo donde pasaron tres días repartiendo la literatura. Ya el calor de los llanos se sentía de día, y ellos decidieron salir para Camaguán con la luz de la luna. Partieron de Calabozo a las 5 p.m., y después de hora y media llegaron al Río Guárico. Llevaba mucha agua, pero lograron pasar por el vado sin mojar la carga. Siguieron por la trilla hacia el sur. A las 10 p.m., decidieron colgar sus hamacas al lado del camino y pasar la noche. Los mosquitos eran insoportables, pero ya habían aprendido a llevar mosquitero; bajo aquel refugio, pudieron pasar la noche bien.

El camino por delante presentaba lugares muy pantanosos. Había abundancia de garzas, patos, cigüeñas, garzones, flamencos y otras aves, porque la escopeta no había destrozado la fauna como en el día de hoy.

Muchas lagunas impedían su paso, y varias veces los caballos cayeron en el agua y el barro, mojando toda la ropa de los hermanos. Afortunadamente ellos estaban de buen humor para no desanimarse sino reírse de las pruebas. Estando alejados de toda habitación, podían seguir el camino como los indígenas del bosque hasta que se secara la ropa. El domingo 9 de agosto, ellos descansaron; pudieron celebrar un buen culto en una hacienda muy retirada de los pueblos.

Tuvieron que cruzar varios ríos y caños en canoa, con los caballos nadando al lado. No lograron conseguir nada que comer o beber por 24 horas. Su sed fue tanta, al esperar la canoa por tres horas en pleno sol, que tuvieron que correr el riesgo de la tifoidea, bebiendo aguas estancadas y sucias de un pozo. Desde Camaguán, la canoa los llevó por los Ríos Portuguesa y Apure hasta San Fernando. Dejaron sus caballos con unos hombres que contrataron para llevarlos por los pantanos, o a nado a través de los ríos. Después de un mes viajando en la silla del caballo, les era agradable andar los 50 Kms. en canoa, entre la vegetación frondosa a orillas de los ríos, pasando muchos monos, aves y caimanes.

Al llegar a San Fernando, encontraron problemas de otra índole. Ya las nubes de la Primera Guerra Mundial se ennegrecían y el ejército nacional se apoderó de las ciudades. Hubo patrullas en las calles y un soldado quiso llevar a los dos extranjeros al cuartel. Pero un policía se opuso. Los llevaron al Jefe Civü, quien, habiendo revisado sus pasaportes, mandó a llevarlos a un buen hotel. De esta forma el Señor los libró de todo percance.

Durante los días siguientes, lucharon contra los problemas naturales al llevar su literatura de casa en casa. Aún hoy en día la ciudad sufre del agua empozada en las calles en tiempo de lluvia; en aquel entonces fue peor. No había cloacas, ni canales de drenaje, y las aguas negras añadían a la suciedad de los barriales que se llamaban calles. Se usaban troncos de palmeras puestos a través de las calles, para que los peatones cruzaran de un lado al otro. Los hermanos, poco prácticos en cruzar tales “puentes”, se resbalaban y caían en el fango. Sin embargo, sus esfuerzos les animaban, porque la gente pobre compraba bien la Palabra de Dios. Cuando terminaron, habían vendido 2.271 libros, y repartido gratis más de 2.000 tratados.

Tuvieron que esperar una semana para tomar el vapor fluvial que los llevaba en 48 horas de viaje hasta Ciudad Bolívar. Partieron de San Fernando el 24 de agosto. El barco estaba cargado de pieles de ganado, y llevaba mucha gente. Los caballos andaban también en el barco. No había camarotes. De noche, todos colgaban sus hamacas donde podían. El calor y el hedor eran terribles.

La gente de Ciudad Bolívar no recibió bien el evangelio. Pocos compraban los libros, pero los hermanos repartieron muchos tratados antes de cruzar el río en una balsa hasta Soledad. Allí hubo mejor recepción de la literatura.

Desde allí, empezaron su largo viaje de regreso por la sabana ancha y seca hacia El Tigre. Partieron el Io de septiembre. Dentro de poco perdieron el camino después de pasar varias carretas tiradas por diez bueyes. Un campesino luego los aconsejó que anduvieran hacia el oriente hasta dar con la línea de postes telegráficos, y seguirlos hacia el norte. En esta forma, no se extraviaban. Los caballos ya llevaban toda la carga de literatura que les quedaba. Antes, habían enviado sus bultos por transporte público. El calor de los llanos hizo que los caballos sufrieran mucho con la carga. La primera noche llegaron a una hacienda. La gente se reunió para oir la predicación. Luego todos comieron casabe y leche y descansaron la noche. Madrugaron para desayunarse con la misma dieta de los llanos, de casabe y leche; llevaron más casabe consigo. Lo comieron al mediodía con la última gota de agua que les quedaba en sus envases. Pasaron la noche en un ranchito en Canoa. El día siguiente, visitaron un caserío de indios. Sus ranchitos eran muy primitivos y la gente muy atrasada. Andaba casi desnuda. Pocos hablaban español y nadie leía. Cazaban con arco y flecha.

Siguiendo su camino hacia el norte, ellos se perdieron otra vez. Había tantos caminos, pero ninguno real. Al anochecer, llegaron a una hacienda donde el dueño les aconsejó a seguir otra vez la línea telegráfica. Durante todo el día siguiente, no vieron casa, ni persona, ni animal hasta llegar al Río Tigre. Allí estaba un rancho que servía de pensión. Pero no quedaba comida. El Señor no se olvidó de sus siervos, porque pronto llegó uno que cargaba carne seca. La cocinera se puso a preparar un tipo de sopa que recibieron con gusto. Pero no quedaba nada con que desayunarse el día siguiente. Partieron a las 4 de la madrugada para andar los 80 Kms. hacia Cantaura. Cuando se pararon para descansar a las 11 a.m., vieron dos carretas con bueyes. El dueño era turco, y les preparó algo que comer. Ellos pagaron su bondad con un regalo del Nuevo Testamento y siguieron su camino con gozo, habiendo dejado el mensaje con él. Llegaron al pueblo a las 9 de la noche, y pasaron el día siguiente descansando; era el primero de la semana.

Decidieron contratar unos burros para llevar la carga de libros; llegaron a Santana donde repartieron su literatura. Al llegar al pueblo de Aragua, esperaron allí la llegada de los tres burros. Teniendo ya más libros, empezaron a venderlos por El Chaparro y Zaraza, pero los sacerdotes demostraron mucha actividad por aquellas regiones. Se opusieron fuertemente, hasta denunciarlos por el periódico. De modo que ellos resolvieron desviar por Tucupido. Allí Don Esteban tuvo que pasar varios días acostado con fiebre. Al quinto día, Don Guillermo siempre impaciente, quiso seguir el camino, pero en consideración por su compañero que seguía con fiebre, decidió andar en la frescura de la mañana. Por consiguiente, salieron temprano y llegaron al Valle de La Pascua a las 10 a.m. Don Esteban no pudo seguir, y tuvo que guardar cama otra vez. Aquello desanimó a Don Guillermo, y naturalmente ambos anhelaban estar en su casa con su esposa. Pero se demostró la verdad de la Escritura que dice: “Mejores son dos que .uno. . .porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante.” Como manifestaba Don Guñlermo en su agenda, parecía que cuando él se sentía en el valle de la desesperación, Don Esteban se sentía en la cumbre, y cuando Don Esteban estaba desanimado, Don Guillermo sentía el sostén del Señor.

Juntos buscaron la guía del Señor, quien les indicó ir a una botica donde Don Guillermo consiguió unos remedios que fueron usados por el Señor para la mejoría de Don Esteban. Por primera vez en una semana, él durmió bien y la fiebre se calmó. Salieron de nuevo a repartir el evangelio, pero el cura había impreso un boletín denunciándolos y advirtiendo que serían excomulgados todos aquéllos que recibieran la literatura de los herejes. Sin embargo los hermanos vendieron libros y repartieron tratados. El sacristán los siguió demandando para que el pueblo entregara al cura la literatura. Un hombre salió con un machete al Sr. Adams. Pero Don Guillermo con denuedo fue al sacristán y demandó que le entregara a él todos los libros quitados a la gente. Resultó que por la noche, el mismo sacristán fue a la posada, y pidió dos evangelios para él mismo leerlos en secreto, pero no se sabe el resultado.

El día primero de octubre, ellos viajaron hasta Chaguaramas. Había un brote de paludismo por allí y centenares de personas se hallaban desgastadas y moribundas en las casas y en los patios. También en La libertad, encontraron la misma cosa, con muchísimas casas desocupadas y desamparadas. Ya se veían los cerros y se dejaron los llanos atrás, llegaron hasta Altagracia de Orituco y Ocumare, donde durante el resto de la semana repartieron toda la literatura que les quedaba.

Por fin salieron de Charallave a las 2 a.m. del día 8 de octubre, y cruzaron la cumbre del camino a las 8 a.m., para llegar al centro de Caracas al mediodía. Así terminó otro viaje pionero. Se habían vendido 6.000 libros, y se habían repartido 4.500 tratados. El viaje duró casi tres meses durante los cuales recorrieron cerca de 2.400 Kms., a pie, a caballo y en canoa.

Don Guillermo regresó a Valencia para volver a unirse con Don Jorge Johnston. Mister Adams permaneció en Caracas donde procuró recoger los remanentes de la obra empezada por los misioneros que habían salido del país.

CAPITULO 4

EL AVANCE A PUERTO CABELLO

Don Jorge Johnston y Don Guülermo Williams se esforzaron en la obra en Valencia, pero el fanatismo del pueblo los resistía. La gente temía entrar a los cultos, y los sacerdotes no la dejaba ceder sus casas para la predicación del evangelio. Por consiguiente, después de su regreso del viaje por Barquisimeto, ellos resolvieron hacer un esfuerzo mayor en los ocho pueblitos vecinos de Valencia, incluyendo Nagua Nagua, San Diego, Tocuyito y Guacara. Entre Guacara y Valencia no había carretera, sino trillas por donde pasaban carretas en tiempo de verano. Ellos visitaban sistemáticamente de casa en casa, volviendo a la misma tarea con regularidad. Guardaban una lista de personas favorables al evangelio, para poder repartir más literatura a ellos cada mes. Pero lograron tener un solo culto informal en una casa; la gente tenía miedo por las amenazas y la persecución de los sacerdotes.

Las visitas más lejos hasta Puerto Cabello presentaron un aspecto distinto. La gente portefia no era tan fanática y los sacerdotes tenían menos influencia allí. Por lo tanto, los hermanos empezaron a preparar las cosas para predicar en el Puerto. Decidieron hacer 36 sillas plegables de madera, las cuales podrían transportar a la costa y utilizar en los cultos propuestos. Por supuesto, aquello requería mucho trabajo. Ellos tenían escasos recursos y no podían comprarlas o mandarlas a hacer. No tenían ayuda de otros hermanos. Sin embargo, eran hombres prácticos. Don Guillermo había traído consigo un buen juego de herramientas de carpintería desde el Canadá. Ya se habían usado bien. Antes de la llegada de Don Jorge, Don Guillermo hizo sillas, cama y muebles para su dormitorio. Las patas fueron preparadas en un torno que él mismo había hecho. No tenía motor eléctrico; su propia esposa suplía la fuerza, dando vuelta a la rueda con pedal. Para hacer las sillas, no se compraban tablas aserradas; ellos mismos tenían que cortar los troncos con serrucho grande.

Cuando trabajaban en eso, el paludismo venció a Don Jorge. El había resistido la fiebre desde hacía muchas semanas, cuando sufría en el viaje a Barquisimeto. Ya no podía más. Tuvo que guardar cama por semanas, mientras que Don Guillermo siguiera el trabajo solo. Un día meditaba mientras trabajaba, pensando en los tres años de labor en Valencia. Apenas dos o tres almas habían profesado ser salvas. El se puso de rodillas entre el aserrín y rogó al Señor que salvara en Puerto Cabello un alma por cada una de las sillas que hacía. Quizá su fe no alcanzaba a entender cómo el Señor iba a contestar la oración en forma multiplicada.

Ya que Don Guillermo había hecho su otro viaje largo a los Llanos con Mister Adams de Caracas, él y Don Jorge estaban confirmados en su ejercicio de hacer un esfuerzo mayor en Puerto Cabello. A causa de la dificultad de hallar una familia que abriera su casa a la predicación, ellos alquilaron una. Empezaron los cultos en el mes de noviembre de 1.914 en una casa en la Calle Valencia. A pesar de que el viaje desde Valencia era difícil, ellos anunciaron los cultos para celebrarse todos los martes. La gente ya conocía a los predicadores por sus muchas visitas, y la primera noche se llenó la casa con oyentes, mayormente hombres.

Don Jorge abrió el culto, anunciando un himno en el himnario que ellos habían prestado a cada persona. Después de orar y cantar otro himno, él leyó en el evangelio según Lucas. Don Guillermo se puso como portero. Después, predicó Don Guillermo, mientras Don Jorge tomó su lugar a la puerta. Terminado el culto, ellos convidaron a la gente al culto del martes siguiente, y en esta forma humilde se empezaron los cultos evangélicos en Puerto Cabello.

Con sencillez seguían los cultos cada martes, sin atracciones humanas, sin entretenimientos y sin diversiones. Predicaron a Cristo y a él crucificado y resucitado. Dependían del Espíritu Santo para convencer a la gente de su necesidad, y del único camino al cielo. No buscaban otras maneras de sabiduría humana.

Les costó mucho mantener los cultos. A veces viajaban por el viejo ferrocarril, a veces a caballo, 14 horas de camino. La vía antigua que cruzaba la cordillera de la costa y bajaba por el valle del Río San Esteban era más corta. Pero esto era arduo para los caballos, porque el camino era pendiente y quedaba estrecho en algunos lugares. Los puentes viejos habían caído, y era necesario bajarse y cruzar las cañadas. Una vez ellos fueron al Puerto a caballo por la ruta de Las Trincheras y regresaron por el valle de San Esteban. Al llegar arriba, descubrieron que un derrumbe se había llevado el camino, y no había paso. Para regresar al Puerto y subir por la otra ruta habrían gastado dos días. Don Guillermo se acordó de haber leído de arrieros que en otros países bajaban sus muías con sogas, amarrándolas por la cola. Ellos hicieron precisamente Jo mismo. Llevaban un buen mecate que amarraron a la cola del caballo. El uno lo pasó alrededor de un árbol, mientras el otro guiaba el caballo, resbalándose hacia abajo sobre el derrumbe. Del mismo modo pasaron el otro caballo, y lograron seguir el camino.

Sus recursos monetarios eran pocos. Pero el Señor los sostuvo maravillosamente. Por supuesto, iguales al apóstol Pablo, ellos experimentaron escasez a veces. No había muchos hermanos en el país que les pudieran ayudar, y la ayuda recibida del exterior llegaba infrecuentemente. Siendo ya años de la primera Guerra Mundial, aun los hermanos en las asambleas de donde venían, sufrían ciertas privaciones, y los medios de remitir fondos no eran fáciles. Solamente una firme fe en la fidelidad de Dios los sostenía. Una vez cuando les faltó el pasaje por ferrocarril, los dos predicadores fueron a pie desde Valencia hasta Puerto Cabello, siguiendo el ferrocarril por la mayor parte del camino. Habrían llevado sus caballos, pero no tenían con que comprarles comida en los tres días, desde el lunes por la madrugada hasta el miércoles en la noche. Ellos mismos iban preparados, porque sus esposas les habían preparado caraotas negras que llevaban consigo para sostenerse.

Celebraron el culto el martes en la noche como de costumbre, y se animaron mucho por la asistencia e interés. El miércoles regresaron a pie hacia Valencia, subiendo por el camino de San Esteban. Llevaban la olla con las caraotas que quedaban, pero cuando se pararon al mediodía para almorzar, descubrieron que se había fermentado la comida. Siguieron el camino sintiendo hambre. Estaban tan cansados cuando llegaron a Camoruco que resolvieron ir al centro de Valencia en el tranvía viejo que andaba tirado por dos caballos. Pero Don Jorge no llevaba plata, y Don Gulllermo descubrió que solamente le quedaba un real; sin embargo bastaba para pagar por los dos. Cuando se bajaron, las piernas estaban tan tiesas que Don Jorge no pudo pararse, y los dos, abrazados, .se ayudaron para llegar a casa. Allí la sonrisa de sus esposas anunciaba la llegada desde lejos de la ayuda monetaria de sus hermanos. “Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en El confían” (Nahum 1:7).

A pesar de dificultades en el camino, crecía el interés en los cultos y unos profesaron ser salvos. El primero fue ún barbero llamado Ramón Peña Barbera; luego un profesor y su esposa. Después creyeron tres mujeres y luego Don Cayetano Maduro. Había evidencia de la necesidad de dedicar más tiempo a la obra en el Puerto. La pequeña asamblea de Valencia estaba estancada. El remanente de los primeros días no crecía. Después, la mejor pareja, Don León Almérida y su esposa, se mudó para Guacara. Se decidió que mientras tanto, Don Jorge y su esposa quedarían en Valencia para mantener los cultos allí, y que los Williams se mudarían a Puerto Cabello. Ellos alquilaron una casa más grande, que sirvió para vivienda y, a la vez, para los cultos. Resultó que se mudaron en agosto de 1.915.

Otros profesaron fe en el Señor, y los primeros estaban marchando bien. Por consiguiente, se decidió tener bautismos y formar la asamblea en el Año Nuevo. Arreglaron cultos de ministerio el sábado, como una conferencia, y en la noche Don Jorge bautizó a nueve creyentes. Aquel domingo, el 2 de enero de 1.916, se sentaron dieciséis creyentes para celebrar la Cena del Señor por primera vez. Se incluían tres hermanos de la asamblea de Valencia.

De modo que la asamblea del Puerto y las conferencias anuales empezaron en la misma fecha. Nadie podía imaginarse en 1.916 cómo crecería la obra hasta hoy en día, más de 60 años después. Ya existen cinco asambleas y ocho Locales Evangélicos en Puerto Cabello. Estas “conferencias” son reuniones para la exposición de la Palabra de Dios, con cultos por seis horas al día. Se provee hospedaje a los hermanos que visitan de otras asambleas. A veces se habla de un esfuerzo especial de evangelización con la predicación por una hora cada noche, como “conferencias”, pero por lo regular se llaman “cultos especiales.”

Poco después de la formación de la asamblea, Don Guillermo y su esposa salieron del país para visitar a las asambleas del Canadá de donde ellos habían venido. Pablo y Bernabé dieron el ejemplo cuando después de su viaje a Chipre y Galacia, volvieron a Antioquía, “desde donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían cumplido. Y habiendo llegado, y reunido a la iglesia, refirieron cuán grandes cosas había hecho Dios por ellos, y cómo había abierto la puerta de la fe a los gentiles. Y quedaron allí mucho tiempo con los discípulos” (Hechos 14:26).

En vista de la necesidad en el Puerto, Don Jorge y su señora se mudaran desde Valencia cuando se fueron los Williams. Desgraciadamente, la obra en Valencia sufría por su ausencia, aunque él la visitaba de vez en cuando. A fines de 1.916, regresaron los Williams desde el Canadá, acompañados por un obrero nuevo, Don Enrique Fletcher, quien fue encomendado a la obra del Señor desde Hamilton, en el Canadá. Ya había tres trabajando juntos en el Estado Carabobo.

En 1.917, ellos empezaron la construcción del primer Local Evangélico, frente a la Plaza Bruzual, edificio usado hoy en día por el Colegio Evangélico. La construcción presentó sus problemas. Tuvieron que pasar semanas rompiendo coral para mezclar con arena en el concreto. Los creyentes ayudaban en picar la piedra, de tal manera que recibieron el apodo de “picapiedra”, en son de burla. Para conseguir más piedras pequeñas, alquilaban un bote y remaban hasta el arrecife afuera, donde lo cargaban, llevando piedras en latas. Importaban cemento en barriles y utilizaron rieles de ferrocarril como refuerzo en el piso vaciado por encima del Local.

El nuevo Local fue inaugurado con la conferencia bíblica de 1.918. La gente no había cabido en el salón viejo, de tal modo que se había usado la carpa para celebrar la conferencia el año anterior. Pero siempre se llenó el nuevo local durante los tres días de ministerio La asamblea siguió reuniéndose en la nueva construcción para celebrar todos los cultos allí. La bendición seguía, y cada año se celebraban bautismos dos veces, en la conferencia y a mediados del año. En enero de 1.921, fueron bautizados 16, y en julio, 10 más; en enero de 1.922, 10, y en julio 7 más. En tal forma la obra iba creciendo progresivamente.

Uno de los ancianos que se destacaba en la asamblea en los primeros años fue Don Cayetano Maduro. El había sido masón; su esposa, Doña Margarita, era enemiga del evangelio y tan fanática que ni aun hablaba a los evangélicos. Ella tenía una imagen alumbrada por una luz eléctrica, porque la corriente ya había llegado al Puerto. Poco a poco el testimonio de su marido iba impresionándola, y luego el de su hijo. Este murió de la tuberculosis, pero rehusó confesarse con el cura y dijo a su madre: “Mamá, acompáñame al cielo por creer en el Señor Jesús.” Poco después, ella creyó. Era enfermiza, delgada y de mal genio. Pero, después que el gozo del Señor llenó su alma, se mejoró y engordó. Muchos se acuerdan de ella. Pasó sus últimos años en el viejo Hogar Evangélico para Ancianos y murió a los 97 años de edad en 1.959. Su marido fue anciano fiel, obrero responsable en la Escuela Dominical y corresponsal de la asamblea hasta su muerte en 1.939.

Otro anciano fiel fue Don Marcelino Aponte, quien creyó en 1.921. El se esforzaba mucho en su juventud en la evangelización; fue el primero en llevar el evangelio a Santa Rosa. Partió en 1.960. Don Adolfo Gramco fue otro anciano que llevó una vida sin mancha por más de 40 años y partió en el Hogar Evangélico en 1.960.

Casi todos los siervos del Señor han ayudado en cultos de evangelización en el Puerto, pero quizá Don Jorge demostró mayor ejercicio en la enseñanza. La misma variedad de don fue algo que ayudó mucho en el desarrollo de los primeros días, Don Guillermo como gran evangelista, y Don Jorge como el maestro. Este visitaba a las asambleas en cultos de enseñanza sobre la Casa de Dios, utilizando la ilustración del Tabernáculo. En agosto de 1.921, él dio una serie de enseñanzas en el Puerto sobre este tema, y en noviembre de 1.931 repitió el ministerio por cuatro semanas. Siempre hace mucha falta la enseñanza de las cosas fundamentales para hacer entender a todos cómo deben comportarse con santidad en la Casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad (1 Tim. 3:15). Desgraciadamente, cuando los esposos Johnston estaban de visita en el Canadá en 1.932, la señora sufrió una hemiplejía, y nunca recobró la cabal salud. Don Jorge tuvo que permanecer en el Canadá donde ayudó mucho en la obra del Señor durante largos años hasta su deceso el 29 de abril de 1.972. Logró volver a visitar a Venezuela y ayudar en la obra por cuatro meses en 1.953, y otra vez por dos meses en 1.960. De modo que muchos de los creyentes que viven todavía, tuvieron el privilegio de conocer a este pionero de la obra en Venezuela.

Cuando salió Don Jorge de Venezuela el 23 de agosto de 1.932, los esposos Saword se mudaron de Valencia, donde habían vivido por dos años. Cuando los Johnston no podían volver, los

Saword quedaron y han permanecido en su hogar encima del antiguo Local Evangélico del Puerto, hasta el día de hoy.

Don Guillermo, quien siempre vivió en un apartamento del mismo edificio, sufrió un golpe duro en 1.927 cuando murió su primera esposa, el 11 de febrero. La Sra. Isabel había sufrido del paludismo, y recayó de gravedad cuando Don Guillermo estaba en cultos en el Yaracuy. El recibió las noticias demasiado tarde, y llegó cuando ya había fallecido su esposa. Ella fue enterrada en el cementerio de Puerto Cabello. El 28 de mayo del mismo año, Don Guillermo salió para el Canadá donde permaneció por 15 meses. Cuando regresó de nuevo a Venezuela en agosto de 1.928, trajo consigo a su nueva esposa, Misia Mabel. Ella se enfermó de tifoidea hacia fines del año, y estuvo grave por largo tiempo. Por fin, ella recobró la cabal salud y acompañaba a su marido en las muchas penalidades del evangelio entre campos nuevos. Don Guillermo pasó una vida larga en la obra en Venezuela, y perseveró con un cuerpo fuerte hasta su deceso el 11 de agosto de 1.961 a casi 80 años de edad. El había cumplido ya más de 50 años desde su llegada a Venezuela en la obra del Señor. Era de carácter dominante, pero fue el instrumento escogido por Dios para conseguir la victoria en tantos lugares donde cualquier otro hubiera fracasado.

Su viuda, Mabel de Williams, ha sido una mujer valiente. Pocas personas tenían las fuerzas para acompañar a Don Guillermo en su mucho andar. Pero Misia Mabel andaba con su marido, mes tras mes, en sus campañas por toda Venezuela. A veces ella pasaba pocos meses del año en su casa, pero cuando estaba, su casa estaba abierta para todos. Era muy hospedadora, y visitadora de los enfermos, y madre a los nuevos misioneros que llegaban. Después del deceso de su marido, Misia Mabel siguió ayudando en la obra por muchos años. Andaba con otros siervos del Señor y sus esposas, siempre ejercitada en la obra pionera. Cuando fueron muchos hermanos a San Fernando de Apure para levantar el Local Portátil y construir una casa, ella acompañó a la Sra. Ruth.de Turkington, y sirvió a los hermanos incansablemente en preparar sus comidas y lavar su ropa. Las condiciones eran primitivas e incómodas, pero ella siempre hallaba tiempo para convidar a la gente a asistir a los cultos.

Luego, a causa de la enfermedad de una hermana suya, ella tuvo que ir al Canadá para cuidarla. Volvió a venir a Venezuela, pero fue llamada urgentemente de nuevo al Canadá, y no ha podido regresar otra vez. Pero sigue activa en la asamblea de Collingwood, de donde fue encomendada a la obra del Señor en 1.928; de modo que ha cumplido 50 años en el servicio del Señor.

Pues, la obra en aquellos días iba creciendo grandemente en Puerto Cabello, y ya el Local en la Plaza Bruzual no era adecuado para dar cabida a la gente. Se decidió construir otro local más amplio en el terreno que se había conseguido en la Calle Sucre, donde operaba la Imprenta. En 1.934 un buen número de los siervos del Señor fueron al Puerto para trabajar con los hermanos de la asamblea quienes daban de su tiempo para la construcción. Don Guillermo, como siempre, la dirigía. Don Santiago Saword y Don Heriberto Douglas trabajaban fuertemente. Don Eduardo Fairfield, recién llegado al país, procuraba estudiar la gramática mientras trabajaba en el taller haciendo ganchos y sacando roscas. Don José Ramón Linares, quien no se había encomendado a la obra del Señor todavía, daba su tiempo como albañil.

El local fue inaugurado para la conferencia del 3 al 6 de enero de 1.935, cuando doce fueron bautizados. A pesar de ser mucho más grande que el viejo, este local se llenó. Después, la asamblea seguía reuniéndose en la Plaza Bruzual hasta diciembre cuando se trasladaron todos los cultos a la Calle Sucre. El local viejo quedó para uso exclusivo del Colegio Evangélico.

La asamblea ha sufrido fluctuaciones en número, por cuanto ha visto otras cuatro asambleas salir de su seno. Cuando ya va creciendo, la asamblea disminuye por la pérdida de los que forman una nueva asamblea en los barrios. Pero todas estas asambleas ayudan a la de la Calle Sucre en el tiempo de la Conferencia. Don Ramón Augustín, Don Antonio Rivas y Don Bernardo Zambrano son los varones de mayor edad en la asamblea, pero permanecen también varias hermanas que tienen más de 50 años en comunión. Ellas son Carmen Ibarra de Guevara, Bárbara Villegas y Victoria de Sosa. La Sra. Carmen de Guevara creyó en el Señor el 5 de julio de 1.917. Fue bautizada en la carpa en días de la conferencia en enero de 1.918. Ella ayudaba con los demás en romper piedras para el concreto para el Local que se construía; de manera que ella es la única verdadera “picapiedra” que permanece (el apodo que dieron los inconversos burladores), eslabón vivo con la obra hace 60 años.

LA SORPRESA

La segunda asamblea que se formó en Puerto Cabello fue en el barrio La Sorpresa. La obra empezó en la casa de Julián Ortega, y luego se celebraban cultos en la casa de la Sra. Rafaela Enrique. La asistencia de hermanos crecía hasta treinta, y se vio la necesidad de un salón mayor. En 1.952, se trasladó un Local portátil al barrio, y los cultos se mantenían con firmeza. El 24 de enero de 1.954, se estableció la asamblea. Dos años después, varios de los siervos del Señor, incluyendo a Don José Linares y Don Guillermo, ayudaron a los hermanos en la construcción de un Local de bloques. Cuando se inauguró el edificio el 22 de septiembre de 1.956, siete creyentes fueron bautizados en él.

La asamblea ha seguido creciendo hasta el día de hoy. Los hermanos han trabajado mucho en la evangelización de otros barrios, tanto en La Libertad, como en El Milagro y Morillo. Don Delfín Rodríguez, uno que pastoreaba la grey de Dios desde el principio de la asamblea, fue encomendado a la obra del Señor en 1.962, y ahora otros llevan la responsabilidad.

VALLE SECO

En 1.960, varios hermanos del barrio Valle Seco decidieron que sería de provecho utilizar el terreno que se había comprado hacía muchos años, destinado a la construcción del nuevo Hogar Evangélico. Allanaron un sitio en las laderas de aquel cerro, con el propósito de hacer un localcito para una Escuela Dominical. Pero, tanto fue el ánimo que mostraron Don Ramón Augustín y Don Elíseo Rojas que se hizo un local provisional demasiado grande. Ya Don Guillermo y Don Santiago Saword habían celebrado cultos caseros fructíferos en Rancho Grande, Rancho Chico y Las Tejerías, barrios vecinos, durante los años anteriores; de modo que los hermanos animaron a Don Guillermo a inaugurar el Local haciendo otro esfuerzo en el evangelio. En el mes de noviembre, el hermano Thomson lo acompañó en cultos por cuatro semanas. El movimiento despertó el ejercicio de los hermanos que vivían en aquella zona, de tal modo que a los dos meses, el 12 de febrero de 1.961, se formó una nueva asamblea, la tercera en Puerto Cabello. En vista del crecimiento rápido, se construyó un Local Evangélico grande; fue empezado el 22 de julio de 1.966, e inaugurado el 3 de diciembre cuando cinco creyentes fueron bautizados.

La asamblea ha crecido mucho y tiene una Escuela Dominical con asistencia de más de 300 niños. Los hermanos hacen mucho esfuerzo en transportar tanto niños como adultos a los cultos.

LA LIBERTAD

La cuarta asamblea de Puerto Cabello se formó en el barrio La Libertad. La predicación empezó en aquel barrio cerca de 1.960, con una Escuela Dominical. Don Delfín Rodríguez trabajó mucho con otros hermanos al construir un buen local que fue inaugurado el 5 de septiembre de 1.964. La predicación produjo su fruto, y el 7 de agosto de 1.965, trece fueron bautizados. Luego el 21 de agosto de 1.966, se estableció la asamblea que se congrega en aquel local.

BARTOLOME SALOM

En enero de 1.964, unos hermanos empezaron a predicar en este nuevo barrio. Poco a poco iban en aumento el interés y el fruto. En marzo de 1.968, se levantó la carpa sobre un terreno allí. Predicaron Don Santiago Saword y Don Marino Castillo por cuatro semanas. Hubo más fruto. Luego, el primero de marzo de 1.970 se reunieron los hermanos por primera vez en la Cena del Señor y se formó la quinta asamblea del Puerto. Ya tiene su propio Local Evangélico. Dos de los ancianos son de larga experiencia. Don Francisco Peña creyó en 1.925, y Don Ramón Anzola en 1.935.

Aunque no se han formado más asambleas todavía, hay varios locales evangélicos construidos en otros barrios de Puerto Cabello. El 9 de octubre de 1.972 se inauguró un buen local en el barrio El Milagro. Los hermanos de la asamblea de La Sorpresa han construido otro muy bonito en el barrio Morillo. Se celebran escuelas dominicales en estos lugares y también cultos de la predicación del evangelio. También en 1.977 se terminó otro local en El Palito donde las maestras del Colegio Evangélico han trabajado por años en una escuela dominical.

El Señor ha llamado a varios de los hermanos de las asambleas de Puerto Cabello a dedicar sus vidas a la obra del evangelio. Don Delfín Rodríguez y su esposa Carmen habían trabajado en La Sorpresa desde el principio de la obra allí. Delfín se había criado en Miranda del Edo. Carabobo. Se había desengañado del catolicismo ya a los 14 años, viendo la maldad del cura. Sufría una dura crianza, y quedó huérfano, siendo todavía joven. Se fue a Guacara donde un creyente le dio una Biblia. Aunque no la leyó, la guardó en un baúl. Se puso muy en contra del evangelio y mostró más odio al mismo que a la religión de sus padres. Apedreaba el Local Evangélico, y procuraba molestar especialmente a Don Pedro Escalona. Años después de su conversión, él se vio con Don Pedro en una conferencia, y el anciano prorrumpió en lágrimas al ver el milagro de la gracia de Dios.

Para escapar de la molestia del evangelio en Guacara, él se fue a Puerto Cabello, donde consiguió empleo en una bodega. La Sra. María, esposa del bodeguero, era creyente, y en la casa le hablaba acerca de su alma. Delfín no pudo escapar del contacto del evangelio. Siempre la Sra. María le daba tratados y le convidaba al culto. Por fin cedió y se comprometió a asistir a un culto casero donde nadie ¡e vería. Se sentó atrás con el propósito de salirse si le llamaban pecador. Un hermano anunció el himno: “Acudid a Cristo, porque él da felicidad.” Delfín se dio cuenta de que el mundo no le había proporcionado gozo y que le hacía falta la salvación de Cristo. El hermano predicó sobre Juan 14:1-6. Convencido, y deseoso de ser salvo, Delfín se fue a su casa, pero no podía dormir. A la medianoche, se levantó y sacó la Biblia del baúl y la abrió por primera ve/,. Halló Juan 14, y lo leyó hasta el verso 18. No pudo más. “No os dejaré huérfanos.” Aquel huérfano desamparado se dio cuenta del amor de Cristo quien deseaba salvarle y nunca desampararle. Con lágrimas, se arrodilló y recibió a Cristo. En seguida buscó confesarle como su Salvador. Fue la noche del 24 de mayo de 1.948.

La mañana siguiente, él manifestó al dueño de la bodega donde trabajaba, que ya no podra vender el licor, porque era de Cristo. Sufrió mucho, pero el Señor no le desamparó. Siguió fielmente al Señor. Cuando se formó la asamblea en La Sorpresa, Don Delfín llegó a ser uno de los pastores del rebaño del Señor. En febrero de 1.962, él y la Sra. Carmen fueron encomendados a la obra del Señor. Ella le siguió en sus muchas labores hasta partir para estar con Cristo el 27 de enero de 1.975. Delfín trabajó mucho en San Pablo, y en Miranda, y luego en la obra pionera en el Estado Barinas. Ya el Señor le ha provisto de ayuda idónea, y la Sra. Livia le acompaña en todas sus actividades como esposa fiel.

Jacinto Faneite es otro hermano que se ha dedicado a la obra del Señor. Era un joven descuidado, que vivía en Valle Seco, Puerto Cabello. Un día se encontraba en un lugar tomando cerveza con unos amigos. Entró un hombre al negocio, y pidió un refresco al dueño. Aquello provocó desprecio, y a la vez, risa de parte de Jacinto, viendo a una persona mayor tomar un refresco y ellos cerveza. El dijo a sus compañeros: “Es raro que éste tome refresco y nosotros cerveza. ¡Esto no es de hombre! ” El hombre oyó y se acercó a Jacinto y le dijo: “Si usted supiera el camino que conduce a los borrachos. . .Es el camino que, según la Biblia, va al infierno. Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio." Las palabras no le cayeron bien, pero por respeto al hombre y su edad, no le dijo nada. Desde aquel día, él quedó responsable de su alma, porque al ir a la casa, su meditación era que iba al infierno. Pidió al Señor que le indicara el verdadero camino.

Pasado mucho tiempo, unos hermanos le invitaron al culto. Aquella noche el que predicó, leyó Job 14:10, e hizo énfasis en la pregunta: “Morirá el hombre, ¿y dónde estará él? ” Jacinto se acordó de lo que había oído hacía tiempo, y supo que estaba perdido y que su destino era el infierno. Empezó a leer la Biblia y a asistir a los cultos con frecuencia, los cuales se celebraban en el Local viejo de zinc en Valle Seco. Pasaron meses, hasta que por fin, él fue al estudio bíblico del lunes, 22 de enero de 1.966, resuelto a creer en el Señor. Se quedó después, y declaró que ya había aceptado al Señor como su Salvador personal.

El ayudó en la construcción del nuevo Local, y fue bautizado en diciembre del mismo año junto con otros cinco en la inauguración del edificio en Rancho Grande. Se casó en 1.971 con Eunice Silva, maestra del Colegio Evangélico de Puerto Cabello. La Sra.

Eunice siguió como maestra hasta diciembre de 1.976. Ellos fueron encomendados a la obra del Señor el 18 de enero de 1.977, por la asamblea de la Calle Sucre, donde se reunían.

LAS QUIGUAS

Una de las primeras extensiones del evangelio fuera de Puerto Cabello fue a Las Quiguas, caserío ubicado en el valle mucho más arriba de San Esteban, a más de dos leguas de camino. Había plantaciones de café y de cacao allí. La obra empezó en 1.921. Vivía allí la familia Ramos, quien tenía su Virgen del Carmen que se había mandado a labrar de una raíz que se parecía a la forma humana. Celebraban la fiesta patronal, y Francisco Ramos, uno de los criados, se destacaba en los bailes y borracheras como el payaso. Pero Don Francisco mandaba a hacerse sus liquiliques en Puerto Cabello con la Sra. Keper, hermana en comunión. Ella siempre metía tratados en los bolsillos, los cuales despertaron a Don Francisco. Como resultado, él compró un Nuevo Testamento a un hermano que pasaba por el caserío como comerciante. Se puso a leer, y Marcos 16:16 le llamó mucho la atención. “El que no creyere será condenado.” Cerró el libro; pero no podía olvidarse de él, y volvió a buscarlo hasta que Juan 3:16 le impresionó. No pudo dormir, y de madrugada despertó a su esposa: “Sinforosa, soy salvo, tengo vida eterna.” Ella creía que él se había vuelto loco, y en seguida toda la familia le trató como si fuera un leproso. Pero el gran cambio en su vida ablandó a todos. Cuando en 1.921 Don Jorge Johnston y Don Guillermo fueron para tener cultos allí, creyeron muchos, hasta que después de varios años, había creyentes en veinte de las veintidós casas del caserío. Seis fueron bautizados en el Puerto, y luego en Las Quiguas, otros doce el día 5 de julio de 1.922.

La asamblea se formó el 9 de julio de aquel año, en casa de Don Francisco, y al año, otros trece fueron bautizados y añadidos a ella. La primera conferencia allí se celebró en el campo en 1.923. Don Jaime Gunn quedó con ellos durante varios meses, y los ayudo en su desarrollo. Don Jaime había llegado a Venezuela en noviembre de 1.922, un mes antes que Don Santiago Saword. Vino encomendado a la obra del Señor desde Toronto, el Canadá. El pasó casi cinco años en la obra del Señor en Venezuela.

La asamblea en Las Quiguas creció hasta tener 50 en comunión. En la quinta conferencia en marzo de 1.927, quince fueron bautizados. Pero dos años después, un rico compró todas las posesiones allí, y los hermanos tuvieron que salir. Unos fueron a Puerto Cabello y otros a San Esteban.

SAN ESTEBAN

Don Santiago Saword y Don Jorge Johnston procuraron predicar en San Esteban en febrero de 1.925, pero Satanás se opuso. Una familia los convidó a celebrar un culto, pero un bodeguero ofreció cerveza gratis a los clientes que apedrearan la casa de predicación. Don Jorge y Don Santiago fueron a pie, andando los siete kilómetros desde Puerto Cabello por la tarde. Alcanzaron un grupo cargando a una enferma en una litera. Los que iban en el grupo tomaron piedras y palos y gritaron a las casas al pasar: “Ya vienen los protestantes.” Ellos bajaron la litera para descansar, y los dos predicadores tomaron el palo para ayudar a cargarla. Pronto los hombres dejaron sus piedras y palos y dieron gracias por la ayuda.

La casa se llenó de gente, pero de pronto llegaron las piedras. Una niña sufrió una pedrada y cayó inconsciente y sangrando. La angustia de la madre alertó al Jefe Civil, quien corrió arriba y abajo en su muía, pero no hizo nada, sino informar a las autoridades del Puerto. Se cerró el culto y todos salieron. Mientras los predicadores salían, les tiraron limones. De pronto llegó un carro con cuatro policías del Puerto. Ellos prendieron a todos los hombres en el camino a la casa, la mayoría de los cuales eran hermanos de Las Quiguas y otros oyentes del evangelio, y no los culpables de tirar piedras. Los predicadores decidieron sufrir con los demás, y se metieron entre el grupo de detenidos, pero el Gobernador, quien dirigió a los cuatro policías, mandó a sacarlos del grupo. A los demás se les hizo marchar a pie como reos, frente al carro de la policía, hasta Puerto Cabello, donde pasaron la noche en el retén. El día siguiente los predicadores fueron al Gobernador quien les mandó que no predicasen en San Esteban a causa del disturbio provocado. Ellos decidieron que sería más sabio esperar, y no predicar más hasta que se mudaron a San Esteban unos hermanos de Las Quiguas.

El buen testimonio de estos hermanos aplacaba la oposición en San Esteban. En febrero de 1.931, Don Enrique Wills celebró cultos, aunque la gente no asistía bien. Pero en 1.932 los que se habían mudado de Las Quiguas establecieron una asamblea que se reunía en la casa de Don Esteban Sánchez. Este hermano sigue fiel hasta hoy, después de 56 años en Cristo.

Un despertamiento empezó en San Esteban en febrero de 1.940. Don Santiago Saword decidió levantar la carpa allí. El predicó por dos semanas; hubo mucho interés y asistencia. Cuando Don Guillermo regresó al Puerto, hacia fines del mes, decidió unirse a Don Santiago en la predicación. Ellos siguieron predicando por cinco semanas más. Muchos profesaron fe en el Señor. Al fin del año, el 24 de diciembre, 18 de aquellos convertidos fueron bautizados. Aquel aumento en la asamblea provocó la construcción de un Local Evangélico, el cual fue inaugurado en cultos celebrados desde el 17 al 19 de julio de 1.942, cuando seis más fueron bautizados.

Casi todos los que viven en San Esteban trabajan en el Puerto, y muchos de los hermanos han salido de allí para vivir en el Puerto. Resulta que la asamblea ha pasado por sus pruebas durante los años siguientes. Pero el testimonio se ha mantenido fielmente, y se han destacado en su perseverancia, unos hermanos jóvenes. Don Francisco Ramos permaneció en la asamblea como fiel pastor de las ovejas hasta su muerte el 28 de noviembre de 1.960. Don Alejandro Suárez y Don Federico Torrens eran otros que siguieron fielmente hasta su partida. Don Federico había creído en 1.921 y fue muerto por causa de una culebra el 22 de agosto de 1.963. Don Francisco Peña creyó el 16 de marzo de 1.926, y ha seguido fielmente como anciano en la asamblea de Bartolomé Salom. Don Juan Suárez también creyó en el Señor en San Esteban, y era anciano de la asamblea de Calle Sucre hasta mudarse para Caracas. Otros dos hermanos que permanecen fieles son Don Alfonso Zerpa quien creyó en Las Quiguas en 1.921 y era miembro fundador de la asamblea allí. Don Pedro Escalona creyó en Las Quiguas en 1.923, pero ha estado en comunión en Puerto Cabello por los últimos 55 años.

Ultimamente la asamblea de San Esteban ha visto un despertamiento, y varios hermanos de Valle Seco han celebrado cultos fructíferos en 1.978. Se espera otra etapa de crecimiento en la asamblea. Doce creyentes fueron bautizados y añadidos a la congregación.

SANCHON

Otra extensión del evangelio a las afueras de Puerto Cabello se hizo en 1.933, cuando una nueva obra se desarrolló en Sanchón. Es un campo en un valle entre El Palito y Morón, donde vivían Don Eugenio y Don Plinio Sequera. Don Eugenio se había mudado allí desde Quebrada Bonita en 1.927, y oyó el evangelio en Puerto Cabello cuando lo visitaba. El creyó en el Señor. Un día, su hermano Plinio llevó una carga de leña para el Local Evangélico y Don Jorge le convidó a su casa para hablarle del evangelio. Poco después, él estaba., andando cerca de El Palito, meditando en las cosas oídas, cuando resolvió aceptar a Cristo; cayó de rodillas al lado del camino y las palabras de Mateo 11:28 le trajeron paz a su alma. Ambos hermanos se bautizaron, con la esposa de Eugenio en diciembre de 1.929. Ellos siguieron fielmente al Señor por largos años hasta su deceso.

A fines del año 1.932, ellos animaron a Don Santiago Saword a llevar el evangelio a su caserío. El camino cruzaba el río siete veces. A veces Don Santiago andaba en bicicleta desde el Puerto hasta allí, para celebrar los cultos. Cuando cayó el puente en El Palito, él tenía que cruzar el río llevando su bicicleta sobre los hombros. Después, él consiguió un carro Ford que facilitó el viaje. Pero una noche durante el culto, cayó un aguacero que hizo crecer el río. Cuando el carro iba cruzando el río por séptima vez, un torrente de agua apagó el carro en el centro del río. Su compañero regresó a buscar ayuda mientras Don Santiago oraba, sentado en el carro con las aguas adentro. Por fin llegaron seis hombres que ayudaron a sacar el carro antes de ser llevado por la corriente.

En 1.934, se formó la asamblea en Sanchón, y el testimonio siguió mientras que había agricultores en aquellos campos. En noviembre de 1.939, Don Luis Torres acompañó a Don Santiago en un esfuerzo en el evangelio allí por dos semanas, pero poco después, una compañía compró los terrenos allí, y los hermanos se fueron a otros lugares. Don Plinio Sequera siguió fielmente al Señor hasta su deceso el 29 de octubre de 1.972.

MORON

En 1.950, ya estaban reuniéndose algunos hermanos que se habían mudado a Morón. Estos formaron la base de una nueva asamblea que se inauguró allí el 6 de marzo de 1.952. El hermano Gerbasio Reyes, era anciano fiel en la congregación. En 1.963, esta asamblea edificó un Local Evangélico inaugurado el primero de junio cuando seis creyentes se bautizaron. Posterionnente los hermanos extendieron su local para dar capacidad para una conferencia general. La primera se celebró el 27 de marzo de 1.971, y cada año después ha habido buena asistencia.

SAN PABLO

Se extendió la obra del evangelio a este pueblito cuando Don Juan Ascanio se encargó de la construcción de un acueducto allí. Fueron Don Santiago Saword y otros para predicar allí. A fines de 1.961 se levantó la carpa, y Don Bruce Cumming y Don Delfín Rodríguez ayudaron a Don Santiago en los cultos. Los hermanos de Puerto Cabello ayudaron mucho vendiendo Biblias de casa en casa en todos los alrededores. Los predicadores siguieron celebrando cultos en una casa y hubo fruto. Uno que creyó fue Don Pedro Blanco, quien dio buen testimonio por diez años hasta su deceso. En el segundo bautismo en el río Urania, trece creyentes obedecieron al Señor; y el día siguiente se formó la asamblea, el 7 de octubre de 1.962. Cuando Don Delfín y la Sra. Carmen salieron a la obra del Señor, ellos vivieron en San Pablo por algún tiempo desde 1.962 a 1.963, y ayudaron mucho. La asamblea sigue manteniendo un buen testimonio, a pesar de algunos trastornos que ha sufrido. Ya tiene un Local nuevo para las reuniones.

También se ha predicado mucho en El Guayabo. Las maestras del Colegio Evangélico iban vendiendo Biblias los sábados, según su costumbre año tras año. En El Guayabo, descubrieron uno leyendo una Biblia; era Sergio Fuga. Ellas ofrecieron una clase para niños en su casa, y empezaron a ir los jueves por la tarde. Ellas y la Sra. Mabel de Williams mantenían la clase por años. Entonces los hermanos de Morón y del Puerto iban por la noche a predicar. Don Eduardo Fairfield hizo un local portátil y lo levantó en un terreno allí. Luego él y Don Santiago Walmsley celebraron cultos de julio a agosto de 1.965. Aunque en los últimos años ha habido poco desarrollo en aquella obra, sin embargo los cultos se mantienen bien.

CAPITULO 5

INSTITUCIONES SUBSIDIARIAS

LA IMPRENTA

Desde el principio, Don Guillermo reconoció el poder del escrito, y publicó varios tratados contestando a los sacerdotes que atacaban el evangelio públicamente. Durante la construcción del Local en Puerto Cabello en 1.918, el “Padre” Galilea escribió una protesta contra el evangelio y los obreros. Don Gulllermo contestó con un tratado, “A la Ley y al Testimonio”. Pero ninguna imprenta quiso imprimirlo. El Señor había salvado a Don Antonio Suárez, administrador de la Oficina de Estampillas. El había comprado hacía poco, una Imprenta que había fracasado. No tenía a ningunos obreros trabajando todavía, pero puso la imprenta a la orden de Don Guillermo. El, siempre dispuesto a aplicarse a cualquiera necesidad, aprendió cómo parar el tipo. El hermano Suárez ayudó, y con otros hermanos trabajando hasta las diez un jueves en la noche, se sacaron dos mil ejemplares del tratado. El reparto de éstos el viernes calló al cura, quien jamás volvió a atacar a los evangélicos en la misma forma. Se demostraba el poder de la prensa.

El hermano Suárez animó a Don Guillermo a empezar un periódico, ofreciendo imprimirlo. El mismo escogió el nombre de EL MENSAJERO CRISTIANO. El primer número salió en abril de 1.920. Al año, estaban imprimiendo 4.000 ejemplares cada mes. Dentro de poco, Don Guillermo entregó la carga de la redacción a Don Jorge Johnston quien siguió con la responsabilidad hasta agosto de 1.932. Desde aquella fecha, Don Santiago Saword era redactor hasta 1.975. Actualmente se imprimen 20.000 ejemplares de cada número que sale bimensualmente, y se reparten gratis. El sostén de esta obra proviene de las donaciones del pueblo del Señor en las muchas asambleas de Venezuela.

Unos años después de empezar la impresión del Mensajero, el hermano Suárez se mudó a San Cristóbal. Se trasladó todo el equipo de la imprenta a una casa de él, donde está actualmente el Local Evangélico de la Calle Sucre. Para mantener la impresión, Don Guillermo pagaba a un hombre para operar la prensa. Pero él se fugó a Curazao, después de haber vendido varias de las prensas del hermano Suárez. Quedó solamente la prensa Chandler Price, y Don Jorge tuvo que aprender a parar el tipo y a operar la máquina. Después de unos años, se compró el equipo del hermano Suárez, y también la casa. Fue ésta la propiedad que en 1.934 se usó para la construcción del Local Evangélico en la Calle Sucre; se trasladó la imprenta para un lugar detrás del Colegio Evangélico en la Plaza Bruzual. En 1.930, Don Jorge empleó al hermano Bernardo Sam-brano como impresor. Por cuarenta años él se dedicó a esta obra, operando la máquina de imprenta. Cuando por su enfermedad él no podía más, se trasladó la imprenta a Barquisimeto en enero de 1.972. Está ublicado en un edificio detrás del Local del Barrio San José. Don Eleazar López y Don Elias Castillo, hermanos de responsabilidad en la asamblea de la Calle 23, han dedicado su tiempo libre a esta obra de imprimir El Mensajero Cristiano. Es una tarea grande, a pesar de que últimamente utilizan linotipo. La prensa es la misma que se ha usado por 58 años, y ya era vieja cuando se compró. Posiblemente tiene 70 años de uso. Es manual, de modo que' los hermanos voluntarios han demostrado una abnegación ejemplar en mantener esta obra por seis años ya.

Además de la producción del Mensajero Cristiano, ellos imprimen otro periódico llamado EL CORREO EVANGELICO. Se producen 1.000 ejemplares cada cuatro meses. Son enviados POR CORREO, uno a cada Oficina de Correos de Venezuela. Esta obra es poco conocida entre las asambleas, por cuanto no se reparte el periódico entre ellas. Hay un periódico parecido en Argentina. Don Santiago Saword empezó el reparto aquí; recibía unos centenares del Correo Evangélico de Argentina y los remitía por correo a cada Oficina de Correos en Venezuela. Luego él decidió imprimir una edición nacional, adaptando El Mensajero Cristiano con cambio de título. También sustituía la sección de Obra y Obreros por un artículo, muchas veces acerca de la historia de alguna estampilla de correos, tema de interés especial para los empleados de tales oficinas. Por esta causa, a veces sale en El Mensajero Cristiano algún artículo acerca de una estampilla de correos, porque el redactor actual persevera en la producción del Correo Evangélico. A veces, los mismos artículos salen en ambos periódicos. El número 1 del Correo Evangélico, impreso en Puerto Cabello, salió en septiembre de 1.935, y el No. 129 salió en noviembre-diciembre de 1.978. Esta obra ha seguido por 43 años.

En 1.957, Don Guillermo Williams produjo una serie de doce hojas sobre doctrinas fundamentales. Esto condujo a la producción de una revista doctrinal, LA SANA DOCTRINA. El primer número salió al principio de 1.958. Después, Don Santiago Saword se encargó de la redacción hasta 1.974 cuando pasó la responsabilidad a Don Santiago Walmsley. Ahora está impresa en Caracas, en la imprenta de La Voz en el Desierto. Se imprimen 3.000 ejemplares cada dos meses. Sus suscritores son mayormente de Venezuela, pero la revista va también a otros países de las Américas.

EL COLEGIO EVANGELICO

El Colegio Evangélico de Puerto Cabello fue empezado en el año 1.919. En aquel entonces, el poder del romanismo dominaba el sistema educativo del país. Los sacerdotes enseñaban la religión obligatoriamente en las escuelas públicas. Los creyentes no querían enviar a sus hijos a aquéllas para ser enseñados en las falsedades de las tinieblas de las cuales ellos mismos habían escapado cuando creyeron en Cristo. Aquello produjo el ejercicio de establecer un colegio evangélico, libre del romanismo. El Señor ejercitó el corazón de una maestra en el Canadá, llamada la Srta. Eva Watson, de Toronto. Los ancianos por fin acordaron apoyarla en esta obra, y la Srta. Eva llegó a Puerto Cabello el 4 de julio de 1.918.. Ya el trabajo de la construcción del primer local evangélico estaba bien adelantado. Los hermanos, pues, añadieron una pieza al lado para las clases. Cuando la señorita sabía hablar suficiente castellano para ser útil, ella empezó el colegio en mayo de 1.919. Ya se cumplen pues, 60 años de fundado El Colegio Evangélico de Puerto Cabello. Está inscrito en el Ministerio de Educación, y miles de niños han pasado por sus planteles, donde han recibido no sólo una buena educación, sino también una enseñanza diaria en las Sagradas Escrituras, las cuales les pueden hacer sabios para la salvación por la fe que es en Cristo'Jesús. Muchos hermanos en comunión en las asambleas deben su salvación a la semilla sembrada en su corazón en el Colegio Evangélico.

En octubre de 1.922, llegó otra maestra, la Srta. May Walker, para reemplazar a la Srta. Eva por un año. Poco después del regreso de ésta, llegó otra maestra para dedicarse a la obra del Colegio. Se trataba de la Srta. Edith K. J. Gulston, quien fue encomendada a esta obra desde Toronto, el Canadá. Ella llegó a Puerto Cabello el 18 de febrero de 1.924. Después de doce años en la obra docente en el Puerto, ella fue a El Mene para empezar el Colegio Evangélico allí en el año 1.936. En marzo de 1.930, llegó otra señorita canadiense para dedicarse a la obra docente, llamada la Srta. Ruth Guillermina Scott. Ella trabajó en el Colegio hasta octubre de

1.941, cuando tuvo que irse para cuidar a sus padres. También pasó dos años como maestra la Srta. Eva Sumpter hasta que el paludismo la venció y tuvo que regresar al Canadá. El 7 de febrero de 1.938 llegó la Srta. Fanny Goff, graduada en Humanidades en la Universidad del Pacifico (EE.UU.1. Desde aquella fecha ella se dedicó incansablemente al desarrollo del Colegio Evangélico, v siguió hasta jubilarse hace pocos años. Siempre permanece ayudando en la obra alrededor de Puerto Cabello, después de dar cuarenta años de su vida al servicio del Señor. Otra que igualmente ha gastado su vida en este servicio es la Sra. Sadie de Walmsley.

Como la Srta. Sadie Mcllwaine, llegó al país el 27 de julio de 1.951. encomendada desde el Canadá. Se ha dedicado como maestra por más de 25 años. El mismo día llegó también desde el Canadá la Srta. Martha Kember, quien se dedicó a la obra en el Colegio Evangélico en El Mene. Continuó allí hasta que su enfermedad la hizo regresar a sus familiares en 1.977.

La Srta. Gladys Nafzger fue otra maestra quien vino del exterior. Llegó el 27 de agosto de 1.955, y ayudó en la enseñanza de los niños en el Puerto y en Maracaibo. En agosto de 1.966 ella regresó al norte, pero posteriormente fue a El Salvador, donde por años ha ayudado en la obra de las asambleas en aquel país.

En mayo de 1.969, se celebró una reunión especial en Puerto Cabello para conmemorar los 50 años del establecimiento del Colegio Evangélico. Hubo reconocimiento público de la gran obra efectuada, con la presencia de profesores de otros colegios del Puerto, como demuestra el grabado.

El Colegio siempre ha tenido maestras criollas, hermanas en comunión. Ellas son empleadas bajo un sueldo mínimo. En realidad, ellas hacen un gran sacrificio, pudiendo recibir mayor sueldo en otro colegio, pero se dedican a la obra del Colegio Evangélico con el fin de llevar el evangelio a los alumnos. Es imposible mencionar a todas, pero algunas que han servido por muchos años allí son Inés Chirinos, Rosalba Páez, Aura de Escalona, Fidela de López, Chucha de Bracho, Ester de Maduro. Pastora de Peña y Humee de Faneite. Solamente queda la primera como la veterana entre las maestras actuales.

En los últimos años han ayudado otras dos hermanas del exterior. La Srta. Donna Slack siive como secretaría. Hila llegó el 4 de mayo del 1.974, encomendada desde Jackson (EE.UU.). También llegó en 1.976 la Srta. Margarita Vinson de Brisbane (Australia). Ella ayudó por más de un año como maestra suplente.

Pero actualmente, el Colegio tiene tínicamente maestras venezolanas. Por tantos años se dependía de la ayuda de las hermanas extranjeras quienes estaban sostenidas del exterior. Es difícil mantener un Colegio en forma económica cuando se paga sueldo a cada maestra. Sin embargo el Colegio no se ha atrasado, sino adelantado. Se ha aumentado el número de alumnos a 280, en los seis grados y el kínder.

EL HOGAR EVANGELICO

Con el crecimiento de las asambleas y el paso de los años, aumentó el número de creyentes ancianos, quienes carecían del debido cuidado por falta de familiares responsables. Las Escrituras nos dan la enseñanza al respecto: “Si algún creyente o alguna creyente tiene viudas, que las mantenga, y no sea gravada la iglesia, a fin de que haya lo suficiente para las que en verdad son viudas. . . Sea puesta en la lista (de las sostenidas por la iglesia) sólo la viuda no menor de sesenta años, que haya sido esposa de un solo marido, que tenga testimonio de buenas obras; si ha criado hijos; si ha practicado la hospitalidad; si ha lavado los pies de los santos; si ha socorrido a los afligidos; si ha practicado toda buena obra” (1 Timoteo 5:9, 16). Para cumplir con este deber, se empezó con un culto de oración especial a este favor en 1.946, y se recibía una ofrenda especial, en la asamblea de la Calle Sucre en Puerto Cabello. Poco después, se alquiló una casa donde cuidar a unas ancianitas de la asamblea, y una hermana fue contratada para atenderlas. La Sra. Eleanor de Saword actuaba como enfermera. Se compró también un terreno grande en Valle Seco donde actualmente se halla el Hogar Evangélico, pero no se hizo nada allí en aquel entonces. A causa de ciertas dificultades, se terminó el primer esfuerzo de cuidar a las ancianas, pero no se perdió el ejercicio; los cultos de oración seguían y las ofrendas también. En 1.951, se compró una casa vieja al lado del Local en la Calle Sucre, y hubo la decisión de arreglar mejor las cosas. La Srta. Edith Gulston, quien se había dedicado como maestra en el Colegio de El Mene, se dedicó ahora a esta nueva obra del Hogar Evangélico para Ancianos. Unos años después, se construyó una sección nueva de dos pisos para recibir un número aumentado de ancianas de otras asambleas. Dentro de poco se vio la necesidad de recibir a algunos hermanos también. Una de las hermanas que fue empleada en el Hogar en 1.954 ha perseverado en el trabajo hasta el día de hoy y ha llevado un testimonio de sacrificio y dedicación ejemplar en el servicio de los ancianos necesitados de las asambleas. Se llama la Sra. Guillermina de Rivas.

En 1.954 llegó una enfermera graduada para ayudar en aquella obra. La Srta. Alicia Broadhead fue encomendada de Vancouver, el Canadá. Ella trabajó hasta 1.957, cuando se casó con el hermano Thomson, y la Srta. Gladys Nafzger la reemplazó hasta la llegada de otra enfermera graduada, la Srta. Doris White de Boston (EE. UU.), en noviembre de 1.957. Ella pasó diez años en la obra del Hogar, hasta que una enfermedad de la columna le causó la necesidad de dejar aquella obra, y regresar al norte. El 11 de septiembre de 1.961, llegó la Srta. Ruth Thompson desde Augusta (EE.UU.), y ella ayudó por cuatro años hasta regresar a su tierra. Pero otra vez vino a Venezuela en 1.972 y está sirviendo al Señor de nuevo en el Hogar. La Srta. Florencia Ronald es otra enfermera que dedicó varios años a la misma obra. Ella llegó el 24 de julio de 1.970 desde el Canadá. Pero un defecto en su corazón se empeoró; el 4 de agosto de 1.973, ella tuvo que ir al Canadá para someterse a cirugía del corazón, y vive ahora con una válvula artificial. No pudiendo trabajar fuertemente ahora, ella no volvió a Venezuela, sino que fue a El Salvador donde sirve al Señor en trabajos menos arduos, en clínicas rurales y en la visitación.

En julio de 1.972 llegó una enfermera graduada de Nueva Zelandia. La Srta. Mavis Isabel Perkins dedicó cuatro años a las labores del asilo, antes de regresar a su patria, donde se casó. Actualmente es administradora del Hogar Evangélico la Srta. Isabel Macdonald. Ella vino a Venezuela desde el Canadá el 8 de febrero de 1.967. Después de casi cinco años de servicio, ella regresó a su patria por dos años para entrenarse como enfermera práctica. Luego regresó el 10 de octubre de 1.973 para continuar en sus actividades en el Hogar. Después de 25 años como Administradora, la Srta. Edith Gulston descansó de las responsabilidades en 1.975, y se mudó a San Esteban, donde persevera ayudando en la obra del Señor, habiendo cumplido los 85 años de edad. Ella ha servido al Señor por 54 años en Venezuela. No hay otra mujer del exterior que haya sacrificado tanto aquí para la gloria del Señor.

Otra canadiense quien ayudó como enfermera práctica en el Hogar era la Srta. Lily Frith. Ella dedicó varios años a las labores del Hogar hasta 1.976. Estas hermanas extranjeras quienes se han mencionado, han dado libremente de su tiempo a la obra, siendo sostenidas mayormente de ofrendas del exterior. Pero las labores diarias del Hogar requieren el servicio de muchas hermanas empleadas. Las tareas incluyen el aseo del edificio, los trabajos de la cocina y del comedor, el lavar y el planchar de la ropa y de las sábanas, además de la mucha atención a los ancianos incapacitados. Aparte de la Sra. Guillermina, la que ha servido más años en este trabajo es la Sra. Nancy de Barroso. Actualmente hay un personal de doce hennanas empleadas. Además de ejlas, hay hermanos que ayudan voluntariamente en los trabajos del mantenimiento del edificio y de sus enseres.

El edificio del Hogar Evangélico está construido sobre una propiedad de 4.000 metros cuadrados, la cual fue comprada en 1.946. La construcción es un tributo a la comunión hermanable de las decenas de asambleas de Venezuela que colaboraron en el trabajo, tanto monetariamente como físicamente. Don Juan Frith dirigió la construcción; Don Hildebrando Gil fue el maestro de obra; Don Delfín Rodríguez y Don José Naranjo trabajaron en la herrería. Otros siervos del Señor trabajaron también con su sudor. Don Santiago Saword se responsabilizó en las compras y las finanzas. Decenas de hermanos trabajaron todo el tiempo de la construcción y centenares dieron ayuda voluntaria, tanto que es imposible mencionar el nombre de todos los que son dignos de mención. Unos dieron de su servicio para la hechura de las puertas, otros para las instalaciones eléctricas y de plomería. Nunca había trabajado un número tan grande, con tanta armonía. En la ocasión de necesidad mayor, para echar los pisos vaciados de concreto, Don Hildebrando trabajó corrido por aproximadamente 30 horas; los hermanos llegaron en cuadrillas desde Valencia y desde Caracas.

Se empezó el trabajo en enero de 1.967, con Bs. 69.000 en fondo. Se utilizó aquella suma en echar los cimientos. Durante el período del trabajo hasta agosto de 1.968, se recibieron las donaciones, sin hacer solicitud de ninguno, y el Señor proveyó la totalidad de las necesidades. Cuando se inauguró el edificio, Don Santiago pudo dar la relación de fondos, indicando que las entradas totales de fondos recibidos de hermanos particulares y de asambleas, tanto nacionales como del exterior, sumaron a Bs. 259.000, y los gastos a Bs. 253.129,oo. No se recibió ni un centavo del Gobierno, ni de las empresas mundanas. En la construcción se hubiera gastado hasta dos o tres veces la suma mencionada, si ésta hubiera sido construida por contrato a una compañía constructora. Don Santiago dijo que todo fue hecho con súplicas a Dios, con sacrificio de las asambleas, y con el sudor de los hermanos trabajadores. Hay capacidad para un personal de 1 5 y de 35 recluidos.

La obra de este asilo para ancianos es maravillosa. Es natural que todos los ancianos no se adaptan a la vida de una institución. No es como su casa particular, donde cada uno come cuando y como quiere. Toda institución tiene que tener su rutina y sus reglamentos. Por lo tanto, unos se quejan. Pero la gran mayoría vive allí alabando al Señor por la provisión maravillosa que las asambleas han hecho, donde pueden pasar el ocaso de su vida gozando de la comunión hermanable con otros creyentes. La proximidad del Local Evangélico de la asamblea de Valle Seco, el cual se encuentra al lado, permite que los recluidos asistan a los cultos cinco días a la semana. También tienen su propia lectura devocional diariamente en el Hogar.

Si la comida es algo simple, porque tiene que ser preparada sin sal, para cumplir los requisitos médicos para tantos que sufren de la tensión alta, sin embargo se nota que todos engordan en el Hogar. Ellos comen bien. Don Guillermo decía en forma de broma que nunca había cupo para recibir más ancianos en el Hogar porque los recluidos recibían tanto cuidado que no querían partir para el cielo y dejar lugar a otro necesitado.

EL SERVICIO FEMENIL

La actividad de tantas hermanas dedicadas a la obra del Señor en Puerto Cabello, especialmente en el Colegio Evangélico, el Hogar Evangélico y en las Escuelas Dominicales, demuestra que las asambleas estiman grandemente la parte que ejerce la mujer en relación a la iglesia. Hay dos Escrituras que controlan directamente su actividad pública. “Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas.” “No permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1 Cor. 14:34, 1 Tim. 2:12). La palabra “hablar” en Primera Corintios catorce, se usa 20 veces, y en el contexto, no se refiere al conversar aparte, sino al que dirige el culto, tanto en la oración, como predicador o vocero. La participación de la mujer en el cantar de la congregación no está condenada; tampoco su actividad en privado, en el ambiente del hogar particular. Las hermanas ayudan a tener clases en las escuelas dominicales y diarias, porque están aparte, en privado, donde pueden alcanzar el entendimiento de cada niño según su edad. Las mujeres tienen un campo de actividad muy grande entre los niños y en servicio en los hogares.

Las hermanas que han venido a Venezuela desde el exterior, encomendadas para ayudar en la obra aquí, han dado buen ejemplo a sus hermanas criollas, cumpliendo la voluntad del Señor expresada en Primera Corintios capítulo once. Ellas no se han quejado del calor que les causa su cabello largo, a pesar de haberse criado en climas fríos. Aceptan%